La violencia contra la niñez: pandemia silenciosa
El Mostrador.- En Chile, según datos de Unicef, más del 70% de los niños, las niñas y adolescentes sufre algún tipo de maltrato en su casa. Maltrato físico, psicológico o sexual. Esto de manera transversal y sin cuarentena. Quienes trabajamos con niñez y violencia sabemos que hoy, en tiempos de crisis sanitaria, están expuestos a situaciones de mayor riesgo. Para ellos, la pandemia de la violencia comenzó antes y se instaló en sus casas de manera silenciosa.
Sabemos que hay muchas madres, padres y cuidadores que constituyen figuras de cuidado efectivas y que han respondido positivamente a esta crisis. Pero esta crisis no la sufren solo quienes contraen el coronavirus, sino todos quienes se ven vulnerados por el aislamiento, y en especial niños, niñas y mujeres que deben permanecer en el mismo espacio cerrado con una persona que los agrede. Una muestra de esta intensificación es el aumento del 25% durante el mes de marzo en llamados de niños, niñas y adolescentes que buscan algún tipo de apoyo y acompañamiento a través de la Línea Libre de la Fundación para la Confianza. Una cifra que nos alerta sobre la intensificación de la violencia contra la niñez.
La violencia intrafamiliar, que algunos expertos llaman “terrorismo de la intimidad”, por las devastadoras consecuencias que pueden tener en la vida de una persona, ya se están intensificando por las medidas (necesarias) de cuarentena y distancia. Y es urgente que como sociedad sepamos responder, de manera efectiva, con estrategias de prevención, detección, intervención oportuna y acompañamiento a personas que han sido víctimas o están en riesgo de serlo.
Si bien este tipo de violencia tiene lugar en todos los sectores de la sociedad, es en los grupos más vulnerables y excluidos en donde se activan más los factores de riesgo que propician el aumento en la vulneración de derechos, especialmente en niños, niñas y adolescentes. Esta crisis ha evidenciado más que nunca la desigualdad y los privilegios, generando aún más consecuencias de esta pandemia en los sectores con menos recursos: viven a diario el hacinamiento, los apremios económicos o la inseguridad en el acceso a la salud en caso de caer enfermo, siendo una bomba de estrés para los hogares que muchas veces puede culminar en violencia.
Pero la situación actual y la desprotección de nuestra niñez no es azar: responde a una forma de convivir individualista, tanto en lo social como en lo político y cultural, y que permea a las familias de nuestro país. Así, la violencia queda oculta entre los pocos metros cuadrados de las viviendas, y al (des)amparo de una sociedad y un Estado que no ha querido entender que el cuidado de niños, niñas y adolescentes no es solo una tarea individualista familiar, sino algo que nos convoca a todos y todas.
La violencia contra la niñez no se resolverá solo con manuales de habilidades parentales, ni con actividades para realizar en casa, ni con clases online para salvar el año escolar. La sociedad civil, los privados y el Estado hoy debemos generar acciones conjuntas que vayan en la única dirección posible: la de proteger y consagrar los derechos de los niños, niñas y adolescentes. Hoy debemos reforzar los vínculos sociales a pesar de la distancia; darles sentido humano a los esfuerzos que hacen millones de familias de cuidarse y cuidar a otros.
Es crucial poner a disposición de la comunidad iniciativas de apoyo, escucha, denuncia de situaciones de violencia, acompañadas de una mayor fiscalización, seguimiento y condena de esas denuncias. También es urgente incluir una adaptación enfocada en las necesidades de la niñez para todas las medidas que se tomen en relación con la emergencia, siendo urgente que hoy, en la Mesa Social creada por el Gobierno, se incluya la mirada de personas o entidades que piensen en cómo tomar medidas que amparen a la niñez. Además, es crucial que todas las decisiones que se tomen, y que los afecten directamente, cuenten con su participación y opinión concreta y real. Ya no puede seguir siendo aceptable trabajar por ellos, pero sin ellos.
Las estrategias que establezcamos hoy como sociedad determinarán el tipo de camino que recorreremos ahora y después de esta crisis, y la manera de hacerlo. Podemos continuar escondiendo, silenciando y normalizando la violencia íntima que viven miles de niños, niñas y adolescentes en sus hogares, donde tendrían derecho a sentirse seguros y confiados. O podemos escuchar e intervenir. Cada uno tiene su responsabilidad en esta necesaria transformación y, de manera especial, el Estado.