La violencia étnica campa por el centro de Malí
Fuente: El País
Fecha: 23/07/2018
El enfrentamiento de dos comunidades de la región de Mopti ha costado la vida a 300 personas este año
En un solar del barrio de Dialakorobougou, a las afueras de Bamako, cuatro tiendas de campaña y dos cuartos de aperos acogen a 200 personas de la etnia peul procedentes de la región de Mopti, en el centro del Malí. “Tuvimos que huir, los dogon y los cazadores dozo, con la complicidad del Ejército, nos estaban matando a todos; ancianos, mujeres y niños”, asegura un desolado Hamat Barry. A pocos kilómetros de aquí, en Kalaban Coro, Mamadou Togo, el presidente de la asociación Guinná Dogon responde sin reparos que “los peul son yihadistas y los dogon tienen derecho a defenderse”.
Cazadores tradicionales, muchos de ellos de la etnia dogon, y ganaderos peul, también llamados fulani, se han visto envueltos en un conflicto que desangra al país desde hace seis años y que está adquiriendo una preocupante dimensión étnica. Por un lado, el Ejército está utilizando a los cazadores dozo, en su mayor parte de la etnia dogon, en su supuesta lucha contra el yihadismo y quienes se consideran sus cómplices, es decir los fulani. Por otra parte, el yihadismo se ha apoyado en el histórico sentimiento de agravio de la etnia peul para penetrar en esta región, captando a muchos de ellos para la causa e instigándoles a rebelarse contra quienes les maltratan.
El resultado de este incremento de la violencia entre las dos comunidades es más que palpable. Desde principios de año han sido asesinadas unas 300 personas por conflictos intercomunitarios en Malí, la mayor parte en la región de Mopti, según las cifras aportadas hace unos días por el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos. La última masacre tuvo lugar el pasado 23 de junio en el poblado de Koumaga, en la provincia de Djenné, cuando cazadores dozos mataron a 16 miembros de la etnia peul, quemaron sus casas y robaron su ganado. No ha sido la única vez.
En Dialakorobougou es mediodía. Las mujeres se afanan preparando la comida mientras decenas de niños deambulan entre sus piernas. Mamadou Barry, que ronda los 80 años, apenas puede caminar. “Nunca imaginé ver algo así; hemos convivido durante mucho tiempo con los dogon y siempre hubo problemas, pero se arreglaban pacíficamente”, explica. En su pueblo desaparecieron 15 personas. Los cuerpos no se han podido recuperar.
“Si nadie lo remedia, si el Gobierno y la comunidad internacional no dedican atención a este problema, habrá una guerra civil y todo Malí se va a incendiar”, asegura Hamidoun Dicko, representante de la asociación Tabital Pulaku de defensa de la cultura fulani. El próximo 29 de julio se celebrarán en este país elecciones presidenciales entre las mismas opciones que en los comicios de 2012. El actual presidente Ibrahim Boubacar Keita, quien lleva cinco años en el poder sin dar respuesta a los enormes problemas de los malienses y cuyo Gobierno se ha visto envuelto en acusaciones de corrupción, se enfrentará al candidato opositor Soumaïla Cissé.
El conflicto de Malí se desencadenó en 2012 cuando grupos islamistas radicales como Al Qaeda del Magreb Islámico, Ansar Dine y Muyao, al principio aliados con rebeldes tuareg que reclamaban un estado propio y luego en solitario, se hicieron con el control de todo el norte del país. Ante la imposibilidad de que las Fuerzas Armadas malienses hicieran frente a esta ocupación y dado el temor al surgimiento de un nuevo Afganistán en las barbas de Europa, el Ejército francés puso en marcha la operación Serval en enero de 2013, una enorme intervención militar que logró liberar Gao y Tombuctú y acabar con decenas de terroristas.
Sin embargo, los principales líderes yihadistas no fueron capturados y han sabido reorganizarse poniendo en jaque con ataques casi diarios a la Misión de Naciones Unidas, a los soldados franceses y al propio Ejército maliense. En paralelo a esta guerra asimétrica que dura ya seis años, alentados por la gran circulación de armas y estimulados por la ausencia del Estado en buena parte del territorio, los conflictos intercomunitarios de un país hasta hace unos años ajeno a estas disputas han ido estallando en los últimos tiempos. Muchos ciudadanos han encontrado en su etnia o comunidad el amparo que no encuentran en las fuerzas de seguridad y viejas rencillas y ajustes de cuentas han degenerado, en no pocas ocasiones, en un ciclo de violencia y asesinatos.
Junto al mercado de animales de Faladié, en el centro de Bamako, hay un entramado de chabolas donde vive una importante comunidad dogon. En los últimos meses, decenas han llegado hasta aquí huyendo de la violencia. “Esto empezó con los yihadistas”, asegura Aleni Ongoiba, quien se desplazó hasta la capital con toda su familia, “luego fueron los fulanis quienes vinieron a atacarnos y mataron a mujeres y niños. Allí no hay gendarmes ni policía, teníamos que defendernos”. Un nutrido grupo de jóvenes se acerca y empieza a discutir, no quiere que Ongoiba siga hablando con la prensa. Se acabó la entrevista.
Sin embargo, Mamadou Togo, presidente de Guinná Dogon (la familia dogon), no tiene pelos en la lengua. “Los peuls atacaron primero y no están solos, han llamado a yihadistas de Níger y Nigeria. Usan vehículos 4×4 con armas pesadas, ¿de dónde las han sacado?”, se pregunta. “Los dogon proponemos ir a combatir todos juntos a los yihadistas, pero los fulani no pueden hacerlo porque ellos les abrieron la puerta de la región y ahora tienen miedo. Se han puesto una camisa de fuerza”, añade Togo, para quien lo importante ahora sería “perdonar y olvidar, sentarse a dialogar, decirse las verdades y asumir responsabilidades”.
Hamat Barry, desplazado peul en Dialakorobougou, no lo tiene tan claro. “¿Cómo vas a perdonar a alguien que ha matado a tus familiares, ha quemado tu casa, te ha dejado en la pobreza absoluta? No queremos perdón, queremos justicia”, asegura. Los cazadores dogon cuentan con una milicia, Dana Ambassagou, que no está dispuesta a desarmarse. Entre los peul acaba de crearse la Alliance pour le Salut au Sahel (Alianza para la Salvación del Sahel, ASS), que denuncia las muertes de miembros de su comunidad. Estos dos grupos denominados de autodefensa están en pie de guerra desde hace semanas.
El hallazgo de fosas comunes y pozos con cadáveres de miembros de la comunidad peul en la región tras el paso de unidades del Ejército, o la ejecución extrajudicial de 12 civiles en Boulekessi el pasado 19 de mayo por parte de soldados malienses integrados en la unidad militar del G5 del Sahel, hecho confirmado por Naciones Unidas, indican que elementos de las Fuerzas Armadas están detrás de esta violencia contra los fulani.
“Si hay injusticias, hay sed de venganza”, asegura Hamidoun Dicko, responsable de la sección juvenil de Tabital Pulaku. “A los fulani nos acusan de ser yihadistas pero yo digo que el yihadismo no sabe de etnias; también hay dogon, bambaras, tuaregs y songhays entre los radicales. En la base de todo está la mala gobernanza, el Estado nos dejó solos frente a los radicales y muchos cayeron en sus manos. Si no hay Ejército y nadie te defiende, ¿qué puedes hacer?”, asegura.
La radicalización de los peul del centro de Malí tiene nombre y apellido, los de Amadou Kouffa, el imam de Mopti que fue un pequeño delincuente y donjuánlocal antes de abrazar el salafismo y convertirse en líder del Frente de Liberación de Macina, grupo yihadista que evoca la grandeza histórica de un antiguo imperio peul. Tras jurar lealtad a Iyad Ag Ghali, el terrorista tuareg que levantó en armas al norte de Malí tras fabricar una alianza entre radicales e independentistas, Kouffa desapareció del mapa. Incluso podría estar muerto, pero da igual, ya es un mito entre los suyos. Mientras tanto, la violencia sigue campando a sus anchas en Malí.