La violencia, cada vez más legitimada en el planeta
Fuente: El Mundo
Fecha: 20/12/2017
MSF denuncia los pactos migratorios de la UE con dictadores sin escrúpulos en África, la agenda antiinmigración de Trump o la impunidad de Arabia Saudí en la matanza de Yemen
Fondos de la UE para refugiados acaban en manos de las milicias genocidas de Sudán
Parecen fenómenos inconexos, pero no lo son: hasta 19.900 personas inmigrantes y solicitantes de asilo permanecen encerradas en centros de detención en Libia sufriendo secuestro, torturas y privación de alimentos y atención médica mientras que sus carceleros reciben dinero y formación de la UE. En su nueva Estrategia de Seguridad Nacional, Donald Trump prescinde de la promoción de la democracia y declara amigos a los enemigos de sus enemigos, sean cuales sean sus métodos. Uno de esos aliados, Arabia Saudí, provoca una gran hambruna con su bloqueo de comida y fármacos en Yemen, además de epidemias letales de cólera y difteria. Australia envía a islas en medio del Pacífico a los sin papales para disuadirles de llegar hasta sus costas. Mientras, Birmania lanza una limpieza étnica contra los rohingya ante la pasividad internacional. ¿Cuál es el nexo de unión de todas estas crisis? La manera en la que, por acción u omisión, han sido legitimadas por democracias occidentales. La Unión Europea o EEUU no sólo no se han enfrentado a ellas, sino que en muchos casos las han alentado al pactar con los países que las han provocado. Los derechos humanos han dejado de estar en la agenda. Taponar las rutas migratorias del Sáhara ha llevado a Bruselas a pactar no sólo con los libios sino con regímenes tan poco democráticos como Eritrea o Sudán. La legitimidad y la pérdida de los pilares éticos, morales y jurídicos es una de las conclusiones del informe anual que presenta la organización Médicos Sin Fronteras (MSF) y el Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH). En este documento se explica cómo los resortes para la protección de las víctimas de conflictos, activados internacionalmente tras la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial, van desapareciendo con el paso de los años en los 33 conflictos activos en la actualidad, muchos de ellos cronificados y sin solución tangible. «La inseguridad y la fragilidad van en aumento y el personal humanitario y las infraestructuras son blanco de ataques recurrentes y generalizados. Las dificultades para acceder a las víctimas son cada vez mayores y esto se traduce en una pérdida de identidad por parte del sector humanitario, cuya capacidad para llegar hasta las víctimas de crisis agudas se ve cada vez más cuestionada», dice el informe. «Debido a esta crisis de legitimidad, la acción humanitaria sufre cada vez más presiones para alinearse con agendas vinculadas a objetivos políticos o, en el mejor de los casos, a objetivos de desarrollo, lo que abre la puerta a la instrumentalización del sector». «Hay misiones humanitarias totalmente sobrepasadas», comenta Jesús A. Núñez, codirector del IECAH. «La violencia sobre la población civil se extiende mientras que el sistema global de ayuda es cada vez menos efectivo. Unos pocos conflictos, como Irak o Siria, acaparan la mayor parte de los fondos. En cambio, otras crisis silenciadas, como la de República Centroafricana o el Congo se quedan sin ayuda. Según la ONU, un 40% de sus peticiones de dinero para paliar el sufrimiento de estas poblaciones se queda sin cubrir. Y EEUU, con Trump a la cabeza, ya ha comunicado que va a retirarse de esta política de ayudas». En 2016-2017, a las tres emergencias nivel tres (según la clasificación de la ONU) ya conocidas -Siria, Irak y Yemen- se añadió en octubre de 2017 la crisis de refugiados rohingya en Bangladesh y el agravamiento de la situación en la República Democrática del Congo (en la zona de Kasai y los Kivus). Además, existen guerras enquistadas en República Centroafricana, Sudán del Sur, Etiopía, Nigeria y Somalia, que se han hecho tristemente habituales en el escenario internacional sin que nadie pueda detenerlas. Al margen de la ayuda que pueda prestarse desde las organizaciones humanitarias, «son conflictos políticos y deben resolverse desde la política», opina Jesús A. Núñez. El problema es que las democracias occidentales afrontan estas guerras desde un punto de vista pasivo y defensivo, casi policial. En vez de acoger y asistir a las víctimas de estos conflictos, se construyen muros para que no entren, llegan a acuerdos con guardias de frontera de dudosa reputación y pocos escrúpulos en el extranjero y retuercen su propia ley para permitir violaciones de derechos humanos con total impunidad. Las muertes del Mediterráneo central, por ejemplo, son totalmente evitables con acuerdos de asilo en embajadas europeas -en países de origen- y con la búsqueda de vías seguras. Pero ni están en la agenda ni nadie las espera.