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Las aulas españolas, según alumnas hijas de inmigrantes que ahora son profesoras

El País.- «Nunca me había planteado enseñar en un instituto. No tenía ninguna profesora negra o de otro origen»

La profesora de 2º de la ESO encargó a sus alumnos que leyeran libros para después resumirlos en un pequeño cuaderno. Génesis R. invirtió el mismo tiempo en decorar y redactar las reseñas que en leerse las propias historias. No sabía que, una vez entregado, su profesora acabaría paseando su «diario de lectura» de clase en clase, enseñándoselo al resto de alumnos y diciendo : «Esto es lo que quiero de vosotros». Y la niña, claro, pasando la vergüenza del siglo.

Menos aún sabía que, con los años, esa misma profesora habría «determinado», según palabras de Génesis, lo que a ella le gustaría hacer después. Primero estudiar la carrera de Filología Hispánica y después ser profesora. «Nunca me había planteado ser profesora en un instituto en España. No tenía referentes de profesores como yo. No tenía ninguna profesora negra o de otro origen», cuenta a Verne.

En la actualidad, esta joven de 26 años, que llegó a España a los tres años desde Venezuela, estudia el máster habilitante que le permitirá dar clase en los colegios de secundaria. Mientras tanto, imparte la asignatura de Lengua Castellana y Literatura, a través de una ONG, dando clases de apoyo a los alumnos de secundaria en un colegio católico del distrito de Carabanchel (Madrid).

Los alumnos extranjeros en España se han multiplicado en los últimos años. Si en 2001 el número de alumnos sin nacionalidad española matriculados en estudios no universitarios era de 141.868, ahora la cifra se ha disparado hasta alcanzar los 797.618, según el avance del año 2018-2019 del Ministerio de Educación.

Y Génesis sabe que los alumnos de origen extranjero no siempre lo pasan bien en el colegio. Recuerda el caso de un compañero, originario de Ecuador, a quien en la clase le apodaban «John Lenteja». «Acabó convirtiéndose en la burla de la clase y los profesores no hicieron nada para evitarlo», nos dice.

En su caso personal, Génesis recuerda una vez en la que sus compañeros de Primaria le cantaron la canción de los conguitos porque le decían que se parecía a uno. «Esto pudo motivar que en parte de la primaria y secundaria fuese ultratímida». También rememora que los profesores le preguntaban por su origen: «Llegaron a preguntarme en qué porcentaje era española», explica indignada.

Génesis pertenece a una generación de maestros que, en los últimos años, se están incorporando al profesorado y que trabaja para impulsar cambios para que el sistema educativo sea más sensible con el alumnado de origen inmigrante.

Dificultades adicionales

Los trabajadores de origen extranjero suelen tener salarios inferiores al de los trabajadores españoles, según datos de la última Encuesta de Estructura Salarial (en pdf). Mientras que un ciudadano español cobraba de media 24.116,92 euros anuales, uno con origen latinoamericano, por ejemplo, cobra 15.035,12 euros.

Esto hace que, por lo general, los alumnos extranjeros e hijos de inmigrantes (estos últimos ya suponen dos de cada diez nacimientos en España en los últimos años) tengan que sortear en la escuela los mismos problemas que cualquier alumno con medios socioeconómicos bajos, según explica Rosa Aparicio, investigadora del estudio Crecer en España, la integración de los hijos de inmigrantes, publicado en 2014 por la Obra Social La Caixa. Esto incluye la falta de recursos educativos o la falta de tiempo o nivel cultural de los padres en revisar las tareas de sus hijos.

Génesis pone un ejemplo de lo que ocurría en su casa. «Había compañeros a los que sus padres sí les podían ayudar en algunas asignaturas pero en mi caso no era así. Tuve muchos problemas con Física y Química y mi madre me puso una profesora particular. Sé que para ella era un gran sacrificio. Todo eso me hace ser quien soy hoy», explica ahora.

Pero, sin embargo, los hijos de inmigrantes también arrastran otras dificultades propias, ya que el sistema educativo no es ajeno a los prejuicios y a los estereotipos presentes en otros ámbitos de la sociedad. «Los prejuicios existen entre los chicos, pero también en el profesorado y la dirección de los centros», señala Rosa Aparicio.

Como ejemplo, la experta explica que, muchas veces, entre el profesorado se presupone que el alumnado inmigrante es menos capaz que el resto, lo que provoca que no se les ayude lo suficiente o que se les tienda a derivar a la Formación Profesional antes que a Bachillerato, limitando muchos sus opciones educativas.

Otro estudio que llama la atención sobre este tipo de desventajas se titula Inmigración y educación: los problemas tempranos de rendimiento escolar de los hijos de los inmigrantes que se publicó en 2013 por el think tank Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB). En él indican que los hijos de inmigrantes no parten desde el mismo lugar con respecto a los hijos de autóctonos ni en lo económico ni en lo académico. De hecho, «en igualdad de condiciones, para un mismo nivel de recursos, los hijos de los inmigrantes también obtienen peores notas».

Iniciativas para superar estas desventajas

Patricia Rocu Gómez tiene 47 años, es doctora y profesora en la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y participa en un grupo de investigación sobre género en la actividad física y el deporte en la misma universidad.

Ella, de padre ecuatoguineano y de madre española, ha visto cómo cada vez hay más diversidad en el entorno educativo. «Antes no era así. Hoy en día hay más personas que están accediendo al ámbito universitario que cuando yo estudiaba», indica.

«Tiene su lógica, si hace unos años comenzó a haber esa diversidad en los colegios e institutos hoy en día hay gente que continúa con los estudios superiores». Eso sí, esta profesora matiza que «se siguen dando desigualdades. En muchos casos el profesorado no lo ve porque aún no es consciente. Y, por lo tanto, no se lo cuestiona».

Para combatir estas desigualdades, Patricia Rocu presentó un proyecto, junto a otros docentes y alumnos afrodescendientes, a la XIII Convocatoria de Proyectos de Ayuda al Desarrollo de la UCM. El resultado de aquel proyecto es la guía Estrategias para incorporar la perspectiva étnica en la universidad (en pdf), coordinado por la propia Rocu, que fue presentada el pasado 21 de marzo, Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial.

El objetivo de esta guía es que los futuros profesores y toda la comunidad educativa conozcan la diversidad que van a encontrarse en sus aulas y que sepan identificar las situaciones de discriminación que pueden darse en ellas. Esta guía nace del esfuerzo de Rocu, que asegura no hacerlo «por activismo, sino por una cuestión de educación».

En este trabajo aparecen cuestiones que tanto los alumnos como los propios docentes deben plantearse ante situaciones que en un principio no considerarían racistas. Por ejemplo, preguntándose por el significado de algunas frases hechas que suelen escucharse, como podría ser «trabajar como un negro», o evitando cuestionar constantemente a la gente por su color de piel.

La investigadora Rosa Aparicio también menciona otras propuestas para solucionarlo. Algunas, pasan por involucrar a los padres de hijos inmigrantes en el sistema educativo: «Que lo conozcan y que ellos se sientan más seguros para apoyar a sus hijos». Otras, pasan por que los centros docentes vigilen mejor las posibles situaciones discriminatorias entre el alumnado. Y, además, reitera la importancia de la formación a los profesores para que «se den cuenta de sus propios prejuicios».

Una nueva imagen de otros países

Uno de los objetivos que tiene en mente Fumilayo Johnson, de 30 años, es que los alumnos reciban una visión más precisa de otros países. Además de dar inglés en clases extraescolares de Primaria y la ESO, también imparte talleres de lectura y teatro y, a través de ellos, de la historia de África.

Como a la artista peruana Victoria Pérez Santa Cruz, autora del poema «Me gritaron negra», a Fumilayo Johnson, en los años 90, también se lo dijeron: «‘Tú, negra». Y ella se volvió a casa llorando. Tenía 7 años cuando se dio cuenta de que era «la única negra de la clase» y que donde vivía, en Guardamar del Segura (Alicante), tampoco había «muchas familias negras». Todo esto hizo que Fumilayo preguntase a su madre «¿Mamá de dónde soy?».

«Llega ese momento en el instituto en el que te empiezas a sentir muy confundida porque esperas una respuesta en la educación, en el cole, en los libros… Pero no encuentras respuestas», explica Fumilayo. «En clase no nos hablaban de África: un mapa y poco más», explica.

Fue en casa donde aprendió costumbres africanas: la música, la comida, el dialecto, donde supo que Guinea Ecuatorial, el país de su madre, había sido una colonia española hasta 1968 y donde descubrió los cuentos africanos de tradición oral que se transmiten de generación en generación y que ella los recibió de su madre y su madre a su vez de su bisabuela.

Entonces a Fumilayo se le ocurrió plasmar todas esas enseñanzas en un libro, que tituló Los cuentos de la abuela Chioma. «Con estos cuentos voy a conseguir que la tradición oral vuelva y que se hable de África en las escuelas», se dijo.

Ahora los utiliza en sus talleres «como una forma más de educar», afirma. Fumilayo está convencida de que su esfuerzo habrá merecido la pena si con ello consigue que la gente «deje de preguntarme por qué hablo español, deje de pensar que venimos porque nos apetece y deje de creer que África fue descubierta por Europa», concluye.

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