Las escuelas transforman los patios para acabar con la dictadura del balón
Fuente: El Periódico
Fecha: 04/02/2018
La normativa actual solo obliga a que los recreos tengan al menos una pista polideportiva
Un puñado de colegios innovadores los están usando ya como espacios educativos
La escena suele repetirse con frecuencia: los chicos ocupan el centro del espacio, habitualmente jugando a fútbol; las chicas (o aquellos que no comparten la pasión por el balón) se entretienen en las franjas exteriores, en los rincones, en un discreto segundo plano. Durante años esta ha sido la realidad de los patios en muchas escuelas, la misma realidad desde hace décadas. Es más, en algunos centros educativos, sobre todo en los que están situados dentro de cascos urbanos, con espacios limitados, ha habido incluso un retroceso porque las necesidades de crecimiento de las escuelas se han hecho a costa de restar superficie al patio.
El patio de recreo es ahora en esos colegios más pequeño que antes, pero eso no ha terminado con la dictadura de la pelota, que sigue dominando la escena. Entre otras razones porque la única cosa a la que obliga la normativa en materia de construcciones escolares es a que en todo patio ha de haber siempre una pista polideportiva, «de 32 x 44 metros, que permita el dibujo de dos canchas de baloncesto y una de fútbol en la misma superficie, y que incluirá dos porterías y cuatro canastas». Además de eso, los arquitectos que diseñan escuelas están obligados a reservar unos espacios mínimos para el juego: para infantil, han de disponer cuatro metros cuadrados por alumno; para primaria, dos metros cuadrados, y para ESO y bachillerato, el área será de tres metros cuadrados por alumno.
Con todo, de un tiempo a esta parte, un puñado de escuelas catalanas, la mayoría inmersas en procesos de transformación de los métodos de enseñanza y de innovación educativa, han empezado a «reflexionar también sobre cómo usar mejor el patio», señala Ismael Palacín, director de la fundación Jaume Bofill, que ya en el 2009 publicó un estudio dedicado específicamente a esta cuestión.
El patio, que es uno de los criterios decisivos para muchas familias en la elección de colegio cuando un hijo empieza P-3, es tema de debate en muchos centros. Algunas escuelas, por ejemplo, aplican medidas como el día sin balones, una jornada en la que los alumnos han de diversificar sus actividades en el recreo. Otras han rediseñado el espacio, a veces con importantes aportaciones de las familias, indica Palacín.
Es el caso, por ejemplo, del colegio La Farigola del Clot, en Barcelona, donde los monitores del patio del mediodía «organizan juegos para los niños, con el fin de fomentar entre ellos la colaboración y la convivencia», explica Montse Martí, directora del centro, que el año pasado ganó el premio ‘Hack the School’, con un ambicioso proyecto de transformación de los espacios escolares, entre ellos la zona de recreo de los alumnos de infantil.
«Los estudiantes catalanes pasan en el recreo una media de 525 horas por curso«, advierte Imma Marín, directora de la consultoría pedagógica Marinva, especializada en educación y comunicación a través del juego. «Estas más de 500 horas anuales, que incluyen los tiempos del mediodía, en muchos casos, representan un tiempo superior al que se dedica, por ejemplo, a la Educación Física, a la Lengua Extranjera o a la Educación para la Ciudadanía y casi equivalente a las asignaturas de Lengua Catalana y Lengua Castellana», señala Marín, que fue la directora del estudio publicado por la Bofill hace ocho años, titulado ‘Los patios de las escuelas: espacios de oportunidades educativas’.
El tiempo del recreo es, además de un tiempo de «necesaria oxigenación para los niños«, opina la pedagoga, «un espacio educativo de primer orden, porque, primero, allí los niños desarrollan su autonomía personal y ponen en práctica su capacidad de iniciativa y, en segundo lugar, porque conviven con chavales de distintas edades«. El patio, en definitiva, «debería ser, como la biblioteca del colegio o el laboratorio, un espacio donde el alumno también aprenda, en ese caso a través del juego, que es también una herramienta formativa», afirma.
¿Juego libre o juego supervisado?
Y aunque muchos profesores (y padres) son partidarios de que en el patio no haya intervención de los adultos, de que cada alumno decida libremente a qué juega, Marín cree necesario que ese juego libre se realice bajo cierta supervisión de los maestros o de los monitores correspondientes, «de manera que sea más rico y saque lo mejor de cada niño». En todo caso, matiza, la intervención de los educadores deberá responder siempre al proyecto educativo que tenga el colegio.
En La Farigola del Clot, detalla su directora, la oferta de recreo es suficientemente variada «como para que cada niño gestione su propio juego», señala Martí. El colegio, prosigue, que forma parte de la red Escola Nova 21 y que participa en movimientos por el cambio pedagógico, estimula el aprendizaje experimental entre sus alumnos. «La participación de las familias es también determinante», subraya Martí. Por eso, además de la tradicional pista deportiva de suelo duro, en el patio hay también un pequeño pinar, un rocódromo, juegos pintados en el suelo (una acción que fue iniciativa de los padres), mesas y asientos de madera reciclados y una colorida zona de reposo estilo ‘chaise longue’.
Patios que son aulas al aire libre
Unos niños recorren el patio cargados con utensilios más propios de un aula que del recreo: reglas, cintas métricas, escuadras y cartabones. Caminan en grupos y van, de rato en rato, se paran, se agachan y toman medidas del espacio. «Otras veces, aprovechamos la zona de arenal para escribir letras, recogemos hojas de los árboles para entender las diferencias entre ellos u observamos cómo el almendro va cambiando de una estación a otra», explica Pilar Prado, coordinadora de educación infantil en el colegio La Farigola del Clot de Barcelona.
Los patios escolares ofrecen «excelentes oportunidades de aprendizaje», destaca Imma Marín, de la consultoría pedagógica Marinva, con sede en Cornellà de Llobregat, que lamenta que «desde siempre, ha sido un espacio secuestrado por la educación física». En La Farigola, sin embargo, el patio acoge de forma regular clases de Matemáticas o de Ciencias Naturales. «Basta con observar, aprovechar lo que se tiene y adaptar la clase a ello», señala Montse Martí, la directora.
Patio de infantil del colegio La Farigola del Clot, en Barcelona. /
De allí que, en el proyecto ‘Hack the School’, en el que el colegio ha trabajado la transformación de distintos espacios para aprovecharlos como lugares de aprendizaje, también esté incluido el patio. «Tenemos un espacio de la luz, otro de la oscuridad, otro más dedicado a la calma, uno de naturaleza (en el huerto escolar) y un espacio abierto, que es el patio», explican ambas docentes.
.