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Las niñas prostitutas de la autopista a Medellín

La directora Mabel Lozano cuenta en este texto su experiencia con un colectivo de estudiantes universitarias que lucha contra la trata en Colombia

Estos últimos años he estado un par de veces en Medellín (Colombia), en ambas ocasiones para hablar de trata y prostitución, y fue allí donde tuve la oportunidad de conocer al colectivo Todas con las Mujeres, que trabajan contra estas prácticas como una de las caras mas perversas de la violencia de género. Son crímenes contra las mujeres por el hecho de serlo.

Con este colectivo me unen muchas cosas, por ejemplo que utilizan el cine como herramienta de transformación social. Un porcentaje grande de sus integrantes son jóvenes estudiantes de cine de las universidades de Bogotá y Medellín, pero también de otras carreras como Derecho o Trabajo Social. Conozco y admiro el trabajo de este colectivo que en un 80% está integrado por mujeres jóvenes y estudiantes. Desde hace meses ruedan un nuevo documental sobre los llamados ángeles azules, las niñas prostitutas de la autopista de Medellín a Bogotá, llamadas así porque, a pesar de su gran belleza, tienen el color de su piel azul pálido, debido a la mala alimentación, el trasnochar y la adición a las drogas.

Me trasladan los testimonios de varias de estas niñas a las que han seguido durante meses. No quieren ni pueden salir de sus vidas ni abandonarlas a su suerte, una suerte que no está de su lado. Niñas como Patricia, de 14 años, con facciones casi perfectas, sonrisa angelical y extrema delgadez que la hacen parecer mucho menor. Patricia desertó del colegio hace ahora dos años.

«Yo entré a bachillerato con 11 años. Venía muy bien, mi mamá nos mantenía a mis dos hermanos menores y a mí de la venta de perritos calientes y pinchos, en un puesto en la calle. Mi papá se fue cuando yo tenía ocho años a trabajar al Guaviare, raspando coca, y nunca volvió. Yo acompañaba en las noches a mi mamá en la venta, al principio nos iba bien, hasta me compró un celular, pero luego se puso pesado y mi mamá recurrió a los gota a gota para que le prestaran para pagar el arriendo y comprar las salchichas y el pan. Tocaba pagarles a diario con intereses. Después de unos días no se pudo cumplir, entonces a mi mamá le pegaron y amenazaron con violar a mi hermanita, tocó entregarles el carro donde vendía la comida por la deuda… todo se juntó», cuenta. «En la escuela no dieron más desayuno ni almuerzo, no hubo más transporte escolar, yo no quise volver porque estudiar con hambre es muy hijoputa, además solo había para un pan y agua panela en la casa, y prefería que se lo dieran a mis hermanitos».

Caracoli es el sitio donde por las noches se reúnen mujeres de diferentes edades, travestis y niñas, a ejercer la prostitución. «Yo para ayudar a mi mamá comencé a ir a Caracoli (un municipio cercano). Me llevó una amiga, ella se rebuscaba buena plata con los camioneros. No había que darles besos —¡qué asco!— ni dejarse penetrar, solo mamárselo y le pagaban a una hasta 20.000 pesos (5 euros). En un rato se podía hacer unos más de doscientos. Comencé a ir algunas noches, luego todos los días, mi mamá se las olió, me siguió y me pilló, pero fue mejor porque ahora ella está pendiente de mí y anota la placa del carro donde me subo, por seguridad”.

Patricia es parte de los ángeles azules rebautizadas así por mis amigos de Todas con las Mujeres, porque antes les llamaban las zombis. Hasta el nombre estaba lleno de crueldad. Después vieron que el nombre era lo de menos y así lo han comprobado durante los nueve meses que han acompañado a seis de ellas documentando su día a día. Han entrado en sus hogares, con sus familias, en barrios como La Polonia, El Refugio y La Ratonera. Han sido testigos silenciosos de momentos trágicos, como cuando a alguna de ellas las golpeaban y arrojaban de los coches y camiones en marcha por solicitar que se les pagara primero el servicio sexual. De los intentos de suicidio de Ángela, con tan solo 15 años, de las eternas depresiones de Camilla después de pasarse tres días seguidos consumiendo basuco, el sobrante del raspado de la cocaína, altamente adictivo y degenerativo. De la tragedia de María, la chiquis, que entró en su casa y encontró a su hermano ahorcándose y no llegó a tiempo para sostenerle los pies para que no muriera. De Gina, que accedió a colaborar en el documental si se escuchaba alguna de sus composiciones de reguetón: “Cuéntame el cuento de las niñas azules que vagan en las noches para sobrevivir / Dime si es cierto que juraron estar juntas hasta perecer / Dime si es cierto que el pacto fue roto y están esparcidas pagando castigo hasta el amanecer / Dime si es cierto que solo después de esta vida tendrán ya sus alas y recuperarán su niñez / Nos dicen azules por el color de la piel, azules mis sueños, azules mis venas, mis lágrimas también”.

Los ángeles azules son un caso único, además, porque, a diferencia de las prostitutas de la zona, ellas no tienen ni madames ni proxenetas. No hay hoteles de lujo ni turistas extranjeros. Solo hay pobreza. Los servicios sexuales los ofrecen en las cabinas de los camiones y muy raras veces van a moteles de carretera. El precio por el servicio sexual es una miseria.

Más de la mitad de estas niñas empujadas a prostituirse abandonaron sus estudios porque en las escuelas antes podían alimentarse y tenían transporte gratuito para llegar al colegio, además de asistencia. Existen culpables directos: la clase dirigente y política que ha hecho mal uso de los recursos, del dinero. Miles de millones de pesos sustraídos descaradamente del programa escolar PAE, robando así a las niñas la educación, la infancia y condenándolas a vagar por las noches como zombis, vendiendo sus pequeños cuerpos.

En los últimos años han salido ya a la luz los casos más aberrantes de esta corrupción. Hoy, son muy pocos los arrestados por estos delitos, y los que lo son, no son castigados. Se les envía a sus casas porque no son considerados peligrosos para la sociedad.

El Fiscal General de la Niñez, Mario Gómez, es el encargado de llevar esta investigación, que se ha tomado muy en serio. Hace unos días hablaba por teléfono con él desde Madrid y me confesaba la impotencia que le provoca la situación privilegiada de los culpables, pero sobre todo el dolor de ver a esas niñas cada noche en la carretera, ahora además acompañadas de muchas otras menores de origen venezolano.

Es una verdad que todo el mundo sabe, pero de la que nadie habla por miedo en este territorio de paramilitares, ahora dominado por los prestamistas.

El mensaje es alto y claro, robar los dineros destinados para los niños y las niñas, además de un delito muy lucrativo, no tiene la mínima posibilidad de ser castigado.

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