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Machismo, matrimonio y violencia

Fuente: Huffingtonpost
Fecha: 11/01/2017

Los argumentos del posmachismo para cuestionar la violencia de género no tienen límites. Lo hemos visto en las declaraciones del magistrado del Tribunal Supremo Antonio Salas y en la reacción que han seguido al argumento de que «no hay que hablar de violencia de género, porque la violencia aparece en todos los tipos de relación, también entre personas del mismo sexo».

Una de las características del posmachismo es decir una cosa y la contraria para generar confusión, que es el objetivo para conseguir que no haya posicionamiento social frente a la desigualdad y que todo siga igual. Veamos cómo lo hace respecto al matrimonio y la violencia de género.

El machismo cuestiona el matrimonio entre personas del mismo sexo, y dice que viene a desvirtuar el modelo tradicional de familia, o sea, el impuesto por la cultura que lo ha considerado como el único válido, llegando a pedir que la unión entre personas del mismo sexo se haga de forma diferente, que se denomine de otra forma y que no tengan los mismos derechos. Con ese posicionamiento reconoce de forma clara la influencia del modelo de relación que la cultura ha establecido a lo largo de los siglos, el cual admiten que actúa como una referencia que lleva a reproducirlo y a facilitar la vía de expresión de lo que significa la relación, ese compromiso nacido del amor, a través del mismo, incluso en parejas diferentes a la clásica hombre-mujer.

Ese planteamiento muestra cómo el machismo viene a reivindicar la autoría del matrimonio, de la familia, de los papeles de los hombres y mujeres dentro de ella, así como algunas formas de organizar la relación y dinámica dentro de ese contexto, desde la distribución rígida de roles, funciones, espacios y tiempos, hasta la idea de autoridad, respeto, sacrificio, entrega… en las personas que forman la relación o familia. En cambio, ese mismo machismo creador de la relación no dice nada sobre la violencia que el propio modelo incorpora cuando entiende que la dinámica entra en conflicto y el orden necesita ser restablecido desde el criterio de autoridad que representa el hombre. Una violencia que, en lo particular, lleva a muchas mujeres a decir lo de «mi marido me pega lo normal»; de hecho, el 44% de las mujeres que no denuncian afirman no hacerlo porque la violencia que sufren «no es lo suficientemente grave» (Macroencuesta, 2015); y en lo social hace que mucha gente piense que ante la violencia de género no hay que actuar por ser un «asunto de pareja».

Esta normalidad de la violencia de género dentro del modelo de relación no se debe a que la violencia se vea como algo normal de forma general, puesto que no se acepta en otros contextos, sino a que el modelo de relación está por encima de las circunstancias y de los elementos necesarios para recuperar el orden que lo sustenta una vez que se ha alterado, incluyendo entre esos instrumentos a la propia violencia. Esto es la violencia de género, la violencia construida sobre las referencias culturales que presentan a los hombres como autoridad y guardianes del orden que ellos mismos han creado, y a las mujeres como sometidas y amenaza de ese orden.

No existe una construcción cultural para la violencia que pueda ejercer una mujer contra un hombre, ni contra la que pueda desarrollar un hombre contra otro hombre o una mujer contra una mujer en una relación homosexual. Podrá haber violencia en estos casos, pero no cuenta con la normalidad como argumento ni como justificación.

Y ante la violencia de género secular que ha sido sistemáticamente ignorada por la sociedad y sus leyes, y que incluso ha contado con atenuantes y justificantes de todo tipo, incluso legales, el argumento actual del posmachismo es que no existe y que las razones para que un hombre agreda y asesine a su mujer son muy diferentes; por ejemplo, el recurrido argumento de los celos. Y dicen que si un gay puede asesinar a su pareja por celos, un hombre también puede asesinar a su pareja por celos, como explicación de que la violencia de género no existe.

Todo ello forma parte del posmachismo para intentar desvirtuar la violencia de género a través del cuestionamiento de su realidad y de su desvinculación de la desigualdad histórica, o sea, del machismo. Evidentemente, no lo consigue, pero conviene destacar dos elementos de su estrategia bajo este argumento para desenmascarar sus tácticas.

En primer lugar, sorprende que el mismo posmachismo que reivindica su modelo de familia como una creación propia de sus valores, exigiendo un uso exclusivo y que todo lo que se aparte de su modelo no sea denominado «matrimonio» ni equiparado en derechos, en cambio no reconozca que la violencia que se produce dentro de ese modelo de relación como parte de su normalidad no se entienda como el origen de la violencia en las relaciones homosexuales, y pretenda presentar la violencia en las relaciones entre dos hombres o dos mujeres como propia y al margen de la construcción cultural machista que lleva a entender que la violencia puede formar parte de las relaciones.

Es decir, por un lado dicen que el matrimonio, la paternidad, la maternidad y otros elementos son suyos y propios de ese tipo de relación y, en cambio, la violencia que cultural e históricamente forma parte de ese mismo contexto de relación dicen que no es propia y que es un problema al margen. Curioso planteamiento.

En segundo lugar, llama la atención la facilidad con la que desde el posmachismo son capaces de conocer el sentido de la conducta y el significado de los hechos en determinadas circunstancias. Lo hacen, por ejemplo, cuando sin más pruebas que su palabra son capaces de afirmar que todas las denuncias que no terminan en sentencia condenatoria son falsas. No necesitan investigación, ni instrucción, ni un juicio, ellos directamente sólo con sus ideas condenan a las mujeres como reas de un delito de denuncias falsas. Y lo mismo ocurre cuando hablan de que los hombres «matan por celos», y no por violencia de género, simplemente porque ellos lo dicen. Para ello no dudan en dar veracidad al hombre asesino que afirma que mató a su mujer «porque quería dejarlo», y entender que esa motivación no nace del control y la posesión, ni que la mujer podía querer dejar la relación por los motivos que considerara, entre ellos la violencia, y concluyen sin pudor que todo se ha debido a los celos.

Quizás no sepan que todos los asesinos elaboran sus homicidios sobre una serie de razones y motivaciones: unos porque la mujer «los quería dejar», otros porque era una «mala madre», o porque quería «quedarse con la casa», o porque era una «mala mujer», o porque se había «reído de ellos»…. Ninguno de ellos mata «sin querer». Y esa construcción de los argumentos se hace desde la posición de fuerza y poder que ellos ocupan en la relación, y desde la cual ejercen la violencia hasta llegar al asesinato. Afirmar, como hacen ahora, que esos argumentos no tienen nada que ver con la violencia de género es una falacia, además de una perversidad dirigida a esconder la violencia y la desigualdad que les dan los privilegios que disfrutan y que no quieren perder.

El análisis de las sentencias de los homicidios por violencia de género que realiza el Observatorio del CGPJ muestra cómo en la inmensa mayoría, los homicidios no tienen nada que ver con los celos, ni con las denuncias falsas, ni porque son «malas madres»… Decir que esos argumentos son los motivos de los homicidios al margen de la violencia de género es parte de la mentira que busca desviar la atención de la realidad para ocultar el verdadero significado de la violencia de género, que es el machismo.

Por eso resulta muy pobre decir que, como hay otros homicidios en contextos similares, por ejemplo, en las relaciones homosexuales, no existe violencia de género. La existencia de violencia en las parejas del mismo sexo lo que demuestra es la violencia de género como referencia impuesta por la cultura a la hora de enfrentarse a los problemas o conflictos que se producen en su seno, no lo contrario. No la niega, sino que la demuestra como realidad histórica anterior a la existencia de parejas del mismo sexo.

El posmachismo intenta manipularlo todo para mantener su poder y privilegios, pero cada vez queda más al descubierto y en evidencia, como ocurre cuando se hacen dueños del modelo de relación de pareja y familiar, y al mismo tiempo intentan presentar la violencia que lo ha caracterizado como algo al margen del mismo.

La violencia contra las mujeres es consecuencia del machismo, no de unos pocos hombres malos, sino de toda una sociedad que acepta la cultura de la desigualdad y su violencia como forma de convivencia, y ve en las políticas y medidas a favor de la Igualdad una amenaza y un ataque a sus posiciones privilegiadas.

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