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Machismo y división étnica: doble desafío para las jugadoras del Emina bosnio

El Correo.- Mujeres que juegan al fútbol en un equipo multiétnico de Bosnia. Una combinación difícil en un país muy conservador y marcado aún por la guerra civil de hace 25 años, pero que el Emina de Mostar ha demostrado funciona, en un ejemplo de igualdad y de armonía.

Jugadoras musulmanas, croatas y serbias, los tres grandes grupos étnicos en los que se divide el país, entrenan cada día en las instalaciones del Velez de Mostar, un club histórico con grandes ganas de competir. Se preparan en las instalaciones del nuevo estadio, uno de los equipos más conocidos de la antigua Yugoslavia y por el que han pasado jugadores como Meho Kodro, Vladimir Gudelj o Hasan Salihamidzic. Con sólo cuatro años de historia, el Emina lleva dos temporadas en la primera división bosnia, donde va segundo, por detrás del Sarajevo, el imbatible líder del fútbol bosnio.

El nombre del club tiene su origen en un poema escrito en 1902 por el poeta serbio ortodoxo Aleksa Santic en el que describía la belleza de Emina, la hija del imán musulmán de Mostar, un texto que simboliza y reivindica una ciudad multiétnica. La realidad es menos armoniosa: el río Neretva divide física y sicológicamente los sectores musulmanes y croata en una ciudad donde los desacuerdos políticos bloquean incluso la celebración de elecciones municipales desde hace 12 años.

La destrucción en 1993 por parte de los bosniocroatas del puente que representaba la convivencia de musulmanes y cristianos, fue una de las imágenes más cargadas de simbología de la guerra civil entre serbios, croatas y musulmanes que dejó 100.000 muertos entre 1992 y 1995. El nuevo puente, terminado en 2004, es una réplica exacta del anterior y desde 2005 es Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.

Aprovechar la diferencia

El Emina tiene 18 jugadoras sénior y 25 cadetes de todos los grupos étnicos y religiosos, algo que es aún visto por recelos por algunos vecinos. Pero Sevda Tojaga, la presidenta y fundadora del club junto con su esposo y entrenador, Zijo Tojaga, asegura que los recelos van desapareciendo. «En la mayoría de las regiones del país, yo diría en el 90%, lo ven como positivo. Todos nosotros, dondequiera que estemos, tenemos en el fondo un alma sana. El problema sólo es el ambiente«, asegura.

Un ejemplo de ello, afirma, es Dragica Denda, la capitana serbobosnia del Emina. «Dragica es, en estos tiempos, entre esta generación de jóvenes y entre las llamas de nacionalismos que vivimos a diario, alguien que tiene el corazón tan grande como el cerro Hum, que se eleva sobre Mostar. No sé cómo le cabe en un cuerpo tan pequeño», dice.

Denda, de 30 años, afirma que la etnia y la religión no sólo no son un obstáculo en el club, sino incluso una ventaja. «Lo que importa es cómo se es como persona, y cómo juega», declara la centrocampista y entrenadora de cadetes. Con ella está de acuerdo, Veronika Terzic, bosniocroata cuya ciudad natal, Siroki Brijeg, fue durante la guerra un centro de nacionalismo croatobosnio y sede de formaciones paramilitares que cometieron crímenes de guerra. «Sentí un poco de temor antes de llegar a la primera reunión para conocer a las chicas pero en cuanto entré, me di cuenta de que mi decisión de venir era correcta», cuenta esta defensa de 20 años, hincha del Real Madrid y pintora en su tiempo libre.

El técnico del Emina también reconoce que tuvo dudas cuando el club estaba comenzando. «Me preocupaba el nombre Emina, porque las cosas se miran a través de la política y no sabía si iban a considerar el club como de musulmanes, y si alguien querría ser de un club con ese nombre», recuerda. «Pero las chicas no lo veían así. Saben quiénes somos, cuáles son los planes y que sólo nos interesa el deporte», sentencia sobre una filosofía que les permite aspirar a ganar la competición.

El machismo, otro frente

Pero la lucha del Emina no es sólo deportiva o contra la división étnica, sino también contra los estereotipos en una sociedad aún muy patriarcal y machista. Amela Krso, una de las mejores jugadoras bosnias, dice, sin embargo, que las cosas van cambiando y que cada vez más gente ve también al fútbol femenino como interesante y apasionante. «He jugado en el extranjero, y la gran diferencia son las condiciones, las inversiones, la promoción y el apoyo a cualquier deporte, no sólo al fútbol», cuenta la centrocampista de 26 años, que ha hecho carrera en Hungría y Alemania.

Krso ama el fútbol desde su niñez, cuando iba en secreto a entrenar con los chicos. Tojaga lamenta que sus jugadoras tengan luchar aún contra los estereotipos y que haya gente «se extrañe de que una mujer se dedique al fútbol», y confía que en Bosnia, donde el fútbol femenino apenas está empezando, vayan desapareciendo esas actitudes.

 

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