Martina en línea, Lucía desconectada: la brecha escolar que marca el coronavirus
El País.- Uno de cada tres alumnos no puede seguir las clases virtuales porque no tiene ordenador o Internet en casa, según datos de CC OO
Son las nueve de la mañana y empieza el día de la marmota en casa de Martina González, en Soto del Real. Los madrugones se han paralizado porque, ahora, si algo sobra es tiempo. O no tanto. Porque Martina, de 15 años, no está de vacaciones, como tanto le han recalcado desde que dejó de ir al instituto el 11 de marzo. Por eso intenta mantener su rutina, desayuna junto a su hermana Clara, de 12 años, y su madre y a las 10.00 en punto se conecta al ordenador, un agujero negro del que ahora, en tiempos de coronavirus, le cuesta salir a lo largo del día. Las clases se concentran ahí. Las dudas. Las respuestas de sus profesores. Y los deberes. Muchos deberes. Todo pasa dentro de ese rectángulo, aunque de una manera más lenta de lo normal porque los docentes, al otro lado, sufren la ley del embudo y no pueden responder de forma instantánea.
Martina, dentro de lo que cabe, tiene suerte. Vive en una familia de clase media que cuenta con tres ordenadores en el hogar, con un padre bombero y una madre orientadora escolar de excedencia, por lo que puede estar con ella para apoyarla en este trance escolar desconocido al que un millón y medio de alumnos en la Comunidad de Madrid se tiene que adaptar.
El antagonismo de Martina y Lucía para seguir las clases virtuales se repite una de cada tres veces. Según datos de CC OO basados en el último informe PISA, un tercio de los estudiantes madrileños sufre de pobreza y esto, entre otras cosas, se ve reflejado en la falta de medios: sin ordenador o Internet, la asistencia a clase se complica.
En una entrevista con Onda Madrid esta mañana, el consejero de Educación y Juventud, Enrique Ossorio, ha admitido que un 3,5% de los alumnos madrileños no puede seguir las clases impartidas a distancia “por falta de medios”. No obstante ha tildado de “positivo” el balance de la primera semana y media de cierre de los centros escolares a causa del coronavirus.
“Mi hija se deja los ojos todas las tardes para ver a través del móvil lo que le mandan sus profesores”, cuenta Adela Reguero, madre de Lucía, preocupada porque su hija, “una niña muy responsable”, sufre por no poder mantener el ritmo. Cuando llega a casa, a mediodía, le quita el teléfono de las manos e intenta descifrar esquemas, notas, problemas… “Se desespera y yo le digo que ya se pondrá al día, que no pasa nada. Pero se agobia mucho”. Tanto, que cada noche se le hacen las tantas sentada en su escritorio con el móvil en la mano. Algo que, además, cuesta dinero.
Al problema tecnológico de Lucía, se le une el aluvión de tareas que los alumnos han recibido durante el confinamiento. Los datos son contundentes. El consejero de educación, Enrique Ossorio, los puso este domingo sobre la mesa: El 93% de los centros educativos utilizan ya el Teletrabajo. 25.000 profesores usan la plataforma Educamadrid y 23.000 docentes las aulas virtuales. Y lo más llamativo: al día, profesores y alumnos se intercambian 2.064.000 correos.
El ritmo es frenético. Pero no todos lo pueden seguir. “Si la familia al completo está confinada y teletrabajando hay que tener en cuenta el número de dispositivos para poder saber si se está garantizando la igualdad de oportunidades y el derecho a la educación de todos”, argumenta Isabel Galvín, de CC OO. De hecho, asegura, el profesorado está apoyando al alumnado con dificultades mediante llamadas telefónicas o a través de Whatsapp, pero dar clases así es complicado. “Se lo dijimos al Consejero, es necesario que en las medidas de apoyo a las familias en esta crisis se garantice la conectividad de todas las familias, sin exclusión, con un bono social para wifi y facilitando un soporte donde puedan hacer las tareas. Es el equivalente a sus libros de texto”.
Los docentes no dan abasto. Con la plataforma Educamadrid algo saturada, se las han ingeniado para llegar a sus alumnos por cualquier vía, hasta el punto de que su jornada laboral se ha extendido tanto, que a veces responden a horas intempestivas. Tanto, que hasta los alumnos que sí tienen los medios adecuados acaban frustrados. “Hay que encontrar el equilibrio. Los docentes se sienten responsables y no quieren que pierdan coba”, explica Elena Hernández, madre de Martina. “Pero es imposible intentar mantener el mismo ritmo de antes. Yo a mis hijas les digo que paren un poco. Porque no les da casi tiempo a hacer algo de ejercicio, a aburrirse o a jugar… En las familias ahora hay una carga de estrés importante con lo que está pasando y si los chicos siguen así no será bueno”.
Esteban Álvarez, presidente de la Asociación de directores de institutos de la Comunidad de Madrid (Adimad) confirma esa inquietud. “Los padres nos han hecho un llamamiento de socorro. Y los directores hemos pedido a los docentes que nos relajemos todos. Si no se puede dar todo, no pasa nada, el año que viene se reajusta. Ya lo hemos hecho con alumnos que han estado temporadas sin clases por enfermedad. Por otro camino se llega a donde hay que llegar”.
Ossorio, por lo pronto, ya ha reconocido que la administración ha tenido que comprar más servidores para que EducaMadrid pueda hacer frente a tanta actividad. El tráfico que había antes de que se suspendieran las clases en la plataforma era de 748.000 gigabytes y ahora alcanza los 2,4 terabytes. “Se ha multiplicado por tres”. También hay empresas como Microsoft que han ofrecido ayuda gratuita y la administración ha dado autonomía a los centros para que utilicen la herramienta que más cómoda les resulte. Lo que está claro es que algo ha cambiado. “Yo creo que va a ser una experiencia sin retorno. Nos hemos acostumbrado a utilizar métodos a distancia, videoconferencias, y esto no tiene marcha atrás”, augura el consejero. Sin embargo, un tercio de los estudiantes no puede seguir ese ritmo. Lo sufre ahora. Y lo sufrirá.