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«Mi hijo ya no quiere salir a la calle, ¿es normal?»

ABC.- Los progenitores empiezan a mostrar cierta preocupación ante la actitud de sus hijos, por lo que los psicólogos aconsejan hablar con ellos para paliar los miedos al mismo tiempo que defienden que la infancia pueda empezar a salir para afrontar los temores

El número de voces que se alzan cada día para solicitar que los niños puedan salir a la calle con control no deja de crecer. Sin embargo, los menores están sorprendiendo a sus padres, que incluso llegan a asustarse porque, tras un mes de confinamiento, sus hijos manifiestan abiertamente que no quieren salir. Muchos progenitores, para que los pequeños pisen la calle aunque sea un minuto, les invitan a que sean ellos los que bajen la basura o compren el pan. A los más pequeños, les piden que les acompañen en la tarea. Incluso las familias monoparentales están empezando a dejar a sus hijos solos en casa porque no quieren ni ir al supermercado o directamente se quedan esperando en el coche. «No quiero salir», «Prefiero quedarme en casa», «No me apetece» son algunos de los argumentos que esgrimen los jóvenes.

Ante este panorama, muchos padres se preguntan: «¿Es normal que mi hijo ya no quiera salir a la calle?». Amaya Pradopsicóloga educativa, lanza un mensaje tranquilizador a los progenitores: «No es para preocuparse. Lo que sucede es que han aceptado la situación».

En realidad, no se trata de que los niños no quieran salir a la calle. «El mensaje de ‘Quédate en casa’ ha calado también en ellos. Y los niños son quienes mejor se adaptan a las situaciones», explica. «Las familias -continúa- han hecho un papel muy importante explicando a los más pequeños qué ha sucedido y por qué no hay que salir. Ese mensaje ha calado y lo han aceptado pero, en realidad, están deseando volver a su rutina».

Las pocas opciones que tienen de pisar la calle no son tampoco las más «atractivas» para ellos: un adolescente no quiere ni tirar la basura, sino que desea relacionarse con sus iguales. Y también está sucediendo algo que jamás han vivido: todas sus necesidades, incluidas las afectivas, están cubiertas más que nunca.

«Están en un momento de pausa, tranquilo. Desde la psicología hemos hecho mucho hincapié en atender sus necesidades psicológicas, en establecer nuevas rutinas con ellos… Y están a gusto, felices porque papá y mamá ‘están conmigo todo el rato’», explica la experta. En los hogares, hoy todo se hace en familia (ejercicio, deberes, actividades, juegos…), aunque a veces la presión pase factura.

Cuando hay miedo

Por tanto, el hecho de que manifiesten que no quieren salir a la calle no debe preocupar a los progenitores, «a no ser que haya otros miedos», puntualiza Prado. «Si los padres sospechan, deben preguntar a sus hijos», aconseja, «porque pueden tener miedo de contagiar, de contagiarse, de que mamá o papá se pongan malos, o se preocupan por sus abuelos», comenta.

Es ahí donde los padres deben explicar «de manera lógica, no científica», la situación y aclarar que «tener miedo es normal, que incluso los mayores lo tienen». En este caso, recomienda acudir a recursos didácticos fiables que inundan la Red.

Tampoco hay que olvidar que hay niños que han perdido a sus abuelos u otros familiares por el coronavirus. «En estos casos es muy posible que el miedo o la ansiedad aparezcan con mayor fuerza», advierte.

Un paseo como terapia

Una de las mejores opciones para gestionar este miedo es atendiendo a las «necesidades emocionales» de los menores. Y en ello tiene mucho que ver el hecho de que puedan salir a la calle. Tanto desde el Colegio Oficial de la Psicología de Madrid como desde el Consejo General de la Psicología de España defienden la idea de que los pequeños salgan. «No se trata de ir a los parques sino de que puedan dar un pequeño paseo con papá o mamá, de manera controlada», argumenta Amaya Prado. Estas pequeñas salidas ayudan a rememorar buenos momentos y, por tanto, son una buena herramienta para combatir el miedo.

El Consejo General de la Psicología de España también aboga a las autoridades pertinentes a «priorizar las salidas a la calle de forma gradual de niños, niñas y adolescentes, o, en su caso, en zonas vecinales comunes, durante una hora cada día y acompañados de un adulto».

«Los pequeños paseos controlados pueden servir de base para que los niños gradualmente vayan saliendo a la calle y puedan afrontar esos miedos», continúa la experta, que recuerda además que los «niños son muy listos y lo perciben todo». Y es que la realidad es que «el miedo está porque lo tenemos. Ven preocupados a sus padres porque hablan de ello, ven los casos de los abuelos… Nada se les escapa». Por ello es también vital vigilar los mensajes que lanzan los progenitores. «Por ejemplo, si un papá o una mamá comenta con otro adulto ‘prefiero que no vuelva al colegio no sea que se contagie’ y el niño lo escucha, se genera miedo en el menor», ejemplifica la experta.

Permitir que los niños salgan a la calle es una idea que divide a la sociedad. La ONU ya ha mostrado su temor a que los niños se conviertan en las «víctimas ocultas» de la pandemia si no se garantiza su protección. La directora ejecutiva de UNICEF, Henrietta Fore, aboga por compatibilizar la protección de la salud con otras medidas para «minimizar y prevenir cualquier daño colateral». En la misma línea se sitúa la directora de promoción de derechos de niños y niñas de Human Rights Watch (HRW), Jo Becker, subrayando que «los riesgos que genera la crisis del Covid-19 para la infancia son inmensos».

Consecuencias del encierro

Sin embargo, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, ya ha dicho que no autorizará la salida de los niños a la calle. Lo que nadie sabe por ahora a ciencia cierta son las consecuencias que este encierro provocará en los niños. En Wuhan hoy lidian con las secuelas psicológicas tras los 76 días de cuarentena impuestos en la ciudad. Tal es la situación que la salud mental se ha convertido en una «carga socioeconómica adicional» para el país, según un estudio.

Una encuesta realizado por la Sociedad China de Psicología en febrero sobre 18.000 personas desveló que el 42,6% de los ciudadanos padecía ansiedad. Y de otro sondeo sobre 5.000 personas, el 21,5% tenía síntomas propios de estrés postraumático.

« The Lancet» publicó «El impacto psicológico de la cuarentena y cómo reducirla: revisión rápida de la evidencia» el pasado mes de marzo. Fruto de la evidencia científica, lo investigadores aconsejan a que los confinamientos sean lo más cortos posibles debido a los «efectos psicológicos negativos» que se generan en las personas, como el estrés postraumático, confusión y frustración.

«Es muy difícil de evaluar las consecuencias con certeza porque estamos ante una situación inédita», reconoce Prado, aunque también apunta a la posible aparición de «más miedos de tipo ansiógeno» cuando el confinamiento acabe. Por ello, insiste en que los niños empiecen a salir a la calle, «de forma gradual, paulatina y siempre dándoles a entender que el objetivo de haber estado encerrados ha sido frenar el virus y que poco a poco lo estamos consiguiendo. Es muy importante explicarles que podremos ir haciendo nuestra vida normal». En este sentido, cobran especial importancia los niños con necesidades especiales o las familias más vulnerables, cuya vuelta a la normalidad es más preocupante aún.

«Pero las familias deben saber que lo están haciendo muy bien. Es normal que tengan miedos, incertidumbre… En general, están atendiendo muy bien a los más pequeños de la casa y el encierro ha mejorado las relaciones familiares», defiende la experta, aunque recuerda que «han aumentado los casos de violencia intrafamiliar durante el confinamiento».

De hecho, el secretario general de la ONU, António Guterres, ha advertido del riesgo que medidas como el confinamiento pueden acarrear en materia de violencia, especialmente de puertas para dentro. Fore ha insistido en este mensaje, recordando que, en el caso de los niños, «la forma más común de violencia (…) tiene lugar en el hogar».

«En la mayoría de los países, más de dos de cada tres niños son sometidos a una disciplina violenta por parte de los cuidadores. ¿Qué sucede cuando esos niños no pueden salir de casa, desconectados de sus maestros, amigos o servicios de protección?», se pregunta la directora de UNICEF sin obtener respuesta.

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