Ni hombre ni mujer: estas comunidades han desafiado históricamente el binarismo de género
El País.- Hay ejemplos en los cinco continentes de sociedades que no se apresuran a asignar un género al nacer
¿Se puede ser hombre y mujer a la vez? ¿Existen más de dos géneros? ¿Es el género una construcción biológica o cultural? Puede que la distinción hombre-mujer, que predomina en Occidente, sea la hegemónica, pero no es la única.
Gracias a corrientes de investigación en este campo, hoy sabemos que han existido y aún existen, grupos étnicos con géneros múltiples que presentan otra estructura social más flexible y dinámica que no solo se inspira en la biología, sino que tiene en cuenta la interpretación cultural de estas realidades.
Águeda Gómez, doctora en Sociología y profesora de la Universidad de Vigo, explica a Verne en conversación telefónica que el sistema sexo/género binario (hombre/mujer) se implantó en Occidente a partir del «modelo judeo-cristiano». Este modelo, instaurado en la Edad Media, se basaba en el matrimonio religioso como único espacio para la sexualidad y se orientaba exclusivamente a la reproducción.
Desde finales del siglo XIX encontró continuidad en el «modelo biopolítico o biomédico» –sobre el que profundizó el filósofo Michel Foucault–, que comenzó «a patologizar la diversidad sexual y de género, como opciones que se salían de la norma».
La colonización de muchas partes del mundo convirtió este sistema binario en el hegemónico, pero algunos grupos étnicos, como argumenta Gómez, resistieron a la occidentalización de sus costumbres y aún hoy conservan unas estructuras sociosexuales que contemplan la existencia de más de dos géneros.
Hace algo menos de dos años se habló bastante, a raíz de unas declaraciones del primer ministro canadiense Justin Trudeau, de los dos espíritus, grupos amerindios en los que había personas con características tanto masculinas como femeninas y que tenían una excelente consideración dentro de sus comunidades, ya que se les consideraba seres especiales capaces de desafiar las leyes de la naturaleza.
En comunidades, como las de los zapotecas del istmo de Tehuantepec mexicano, se identifican más de tres géneros. Sus figuras «etnoidentitarias transbinarias» son el muxe y la nguiu’ y estos, a su vez, dan lugar a una gran variedad de categorías de subidentidades: muxe o nguiu’ con una expresión de género más masculinizada; muxe o nguiu’ con una expresión de género más feminizada; muxe o nguiu’ casado/a y padre/madre; muxe guetatxaa o ramón; persona intersexual; y la persona nguiu’ que oscila entre lo masculino y lo femenino según los escenarios o el ciclo lunar.
La mayoría de los tres millones de bugis, un grupo étnico de Indonesia, es musulmana. Pero algunos núcleos aún conservan una tradición preislámica que distingue distintas opciones de género y sexualidad, como explica en un artículo Sharyn Graham Davies, profesora adjunta de la Facultad de Idiomas y Ciencias Sociales de la Universidad de Auckland. Así, el lenguaje de los bugis ofrece cinco términos que hacen referencia a varias combinaciones de sexo, género y sexualidad: makkunrai (mujeres), oroani (hombres), calalai (mujeres-hombres), calabai (hombres-mujeres) y bissu (sacerdotes transgénero). La autora explica que «estas definiciones no son exactas, pero son suficientes» para entender este ejemplo de diversidad.
Desde la segunda mitad del siglo XX, comenzaron a aparecer en Occidente corrientes sociológicas que cuestionaban esta idea del binarismo sexual y de género, que beben de las teorías feministas postmodernas y que confluyen en lo que se conoce como teoría queer.
Para autoras como la norteamericana Judith Butler, el género es una construcción cultural que no tiene nada que ver con la anatomía, y lo queer debe plantearse como «un término omnicomprensivo para ampliar toda esta gama de formas fluidas y de identidades múltiples» que llevan surgiendo en las sociedades occidentales en los últimos años y de las que ahora tenemos más conocimiento debido a la creciente investigación en este campo.
Tanto es así, que varios países han modificado sus leyes recientemente para reconocer de un modo u otro el género no binario. Alemania, Austria, Dinamarca, Países Bajos y el Reino Unido, en Europa; y en el resto del mundo países como Uruguay, Nepal, Nueva Zelanda, Australia y Canadá. En España, el Congreso abrió la puerta en febrero de 2019 a adoptar una medida similar, pero de momento solo se ha pedido al Gobierno un estudio de impacto que dé pie a reconocer la identidad de aquellos que no se identifican con el género masculino o femenino.
Como explica Gómez, «la palabra queer se usa para designar la corriente cultural que nace en Occidente con respecto a la ruptura del binarismo, pero no es equiparable a ser muxe o a otra identidad de género étnica porque se han construido en diferentes contextos socioculturales».
El antropólogo Francisco Javier Guirao, profesor de la Universidad de Cádiz, explica en conversación telefónica que el género no es algo estático y permanente a lo largo de la vida de una persona. «En nuestra sociedad creemos que el género es algo establecido al nacer. Incluso intentamos saberlo con antelación para estar preparados e inscribir a esa persona en un género u otro y en muchos casos aportando toda esa simbología relacionada con el color: azul si es niño, rosa, si es niña», dice.
En un artículo publicado por el propio Guirao en la revista de estudios socioeducativos RESED en 2014, se relatan varios casos en los que el género se adapta socialmente a las necesidades de la comunidad, como en el caso de los azande, originales de regiones de Sudán, República Centroafricana y República Democrática de Congo y que cuentan con una población en torno al millón de personas.
Dada la escasez de mujeres, en esta comunidad polígama se permite el matrimonio entre jóvenes varones de 12 a 20 años –a los que se considera mujeres porque realizan algunas de las actividades socialmente asignadas al género femenino– y guerreros solteros, en una forma de contrato tácito. Estos jóvenes varones, al convertirse en adultos y guerreros posteriormente, se podrán casar con otros jóvenes y los guerreros con los que han contraído matrimonio, con una mujer de su comunidad.
En el sur de Sudán y Etiopía, los nuer –cuya población se estima en tres millones y medio de personas– permiten a dos mujeres contraer matrimonio si una de ellas es estéril. Esta última se convierte en varón y será la encargada de buscar progenitor, aunque seguirá ostentando el papel de padre social. Las bacha posh de Afganistán, en cambio, son mujeres que adquieren un rol masculino porque su familia no ha tenido ningún descendiente varón, vistiéndose como tales para poder ejercer ciertos derechos reservados únicamente a los hombres, como trabajar, y así ayudar al sostenimiento económico familiar.
«Estos casos nos demuestran que el género no es una cualidad permanente en el individuo y que se puede transformar de acuerdo a unas circunstancias socioculturales», añade Guirao.
En opinión de los expertos, el conocimiento de estas sociedades que funcionan bajo otros sistemas de sexo/género debería servirnos para reflexionar sobre nuestro mundo y cómo está estructurado. «Hay un avance significativo en la investigación en este campo, pero debería haber mucha más, solo así podremos crear nuevas epistemologías que sirvan para criticar el modelo biopolítico binario, creador de contradicciones, desigualdades y ambigüedades en las relaciones de género», concluye Gómez.