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Niño, inmigrante y solo: «Yo fui un mena en patera en Andalucía»

ABC.- Cruzaron el Estrecho jugándose la vida y hoy trabajan, estudian y viven en Andalucía; tres chicos que escaparon de la miseria y ahora se labran aquí un futuro

A los menores extranjeros no acompañados se les llama «menas». Detrás de ese acrónimo -que significa menores extranjeros no acompañados- se oculta mucho. Lo primero es que son niños. Críos solos en un país que no es el suyo y del que no conocen el idioma. Los hay que llegan a Andalucía con solo siete años, explican desde la Junta, y que se pasan las noches llorando. Deben buscarse la vida después de haber atravesado África y sorteado guerras, desiertos y mafias. Tras montarse donde muchos otros han muerto en el Estrecho. «Lo que hay detrás es peor», cuentan.

Lo corrobora Antonio Mengual, director territorial de la fundación Don Bosco, que atiende a inmigrantes y niños recién llegados a Andalucía: «A veces les pregunto si no saben que cuando se echan al mar en patera te puedes ahogar. Me dicen que si te ahogas, por lo menos ya se han acabado todos los problemas».

Con miedo, solos y a la edad en que en Andalucía los niños no pueden ni abrir legalmente una cuenta en las redes sociales sin permiso, estos niños se encuentran primero con la Cruz Roja. Después llegará la Policía Nacional, que los deriva a centros de acogida. Los menas, defienden desde la administración andaluza, las ONGs y las asociaciones que trabajan con ellos, son niños que buscan un futuro mejor. «Imagínate que tu hijo con 14 años se va a otro país para intentar ayudarte. Lo que querrías es que le ayudaran, no que le criminalicen», razona Mengual.

El acrónimo «mena» es una etiqueta muy grande que tapa muchas cosas. Una de las más destacadas es que el grado de delincuencia de este colectivo en Andalucía es del 0,54%, según el portavoz de la Junta, Elías Bendodo. Ni uno de cada cien de los que atiende la comunidad -y son miles- se mete en problemas.

Los menores africanos, los niños que viven en Andalucía, cuentan que vinieron aquí a salvarse. Que quieren estudiar, trabajar e integrarse. La única diferencia con otro chico andaluz es que ellos son niños que llegaron en patera. Solos.

Salifou Bangoura: «La patera en la que vine salió ardiendo y acabé en un hospital en Sevilla»

Salifou Bangoura
Salifou Bangoura – R. Doblado

Salifou acaba de cumplir 18 años. Llegó a Andalucía con 16, en una patera que salió ardiendo antes de tocar la costa de Cádiz. No le alcanzaron las llamas, pero sí la mezcla de agua y gasolina, que le abrasó la pierna. Antes de ese incendio, por el que acabó en el hospital Virgen del Rocío de Sevilla, había pasado tres meses recorriendo África. A veces en un autobús, otras andando, para llegar desde su casa, en Guinea, hasta Marruecos, donde se embarcó hacia España. «El viaje me daba miedo, claro, es normal», explica. Aun así, se puso en camino. Atrás dejaba una situación peor que la perspectiva de quedarse.

«En Marruecos tuve que negociar con las personas que te cobran por montarte en la patera», rememora. Cuando la embarcación llegó a Cádiz, no tenía nada. Ni dinero ni tampoco conocimiento alguno de español. Dos años después cuenta su historia en un castellano correcto. En mayo se examinará del nivel C1 -solo hay otro por encima para acreditar conocimiento de lenguas, el C2-.

Salifou es bueno con los idiomas, aunque él dice que lo que se le da bien son los números. En solo cuatro meses se sacó la ESO en el centro de acogida. Aprendió español a la vez que estudiaba para sacar ese título. «Pero quería seguir estudiando», cuenta. Gracias a la solidaridad de las asociaciones que trabajan con estos niños, pudo.

Matriculado en un grado medio de administración de empresas, este mena, este niño que llegó solo y hoy habla ya dos idiomas y cursa una FP, se sorprende de que lo que hacen sus compañeros de clase. «Empezamos muchos el grado, pero ahora solo vamos otro chico y yo. Somos solo dos en clase». ¿Y eso? «No sé. Han dejado de venir. Están desaprovechando una oportunidad de aprender», se queja, antes de añadir que «a veces las oportunidades solo vienen una vez en la vida».

Él lo tiene claro: quiere estudiar mucho y conseguir un trabajo. En diez años, explica, se ve en Andalucía. Como uno más. Mientras acaba sus estudios, comparte un piso en Sevilla y acude a clase de español en la Fundación Don Bosco. ¿Y la familia? «Hablo con ellos todas las semanas. Están muy contentos de que esté aquí», indica.

Youla Moise: «Estudio y trabajo como costurero; en mi país no tenía familia ni ayuda»

Youla Moise
Youla Moise – R. Doblado

Moise -todo el mundo le conoce por su apellido- tiene grabada a fuego una fecha: el 11 de julio de 2018, cuando su patera llegó a Cádiz. Pero esta historia arranca un año antes. Sin padres en su Costa de Marfil natal, cuidaba de su hermana pequeña, pero no tenía dinero ni para pagale el colegio. «Con 16 años vi que tenía que irme. No tenía ayuda ni familia. Era muy difícil», recuerda.

Antes de marcharse, un amigo suyo ya le había tentado: «Él quería que nos fuésemos a Italia, pero le dije que no, que la gente se muere intentándolo». Pasó el tiempo y su amigo, un día, le llamó desde Europa. Fue este contacto quien le pasó el número de quien le sacaría de su país. «Me monté en el coche de un comerciante y nos fuimos una noche. No se lo dije ni a mi hermana», rememora. Atravesaron su país. Luego Mali, después Mauritania. Y por fin, Marruecos, el trampolín a España.

«En Marruecos hay mucho racismo, allí puedes perder la vida», explica. Sin dinero ni forma de salir de allí, tuvo un golpe de suerte. Su casera en Casablanca le ayudó a pagar a las mafias que cruzan a los inmigrantes en patera. Niega que tuviera miedo. Lo que dejaba atrás era mucho peor que la barca y un posible naufragio. «Era una patera de plástico. Había que intentarlo», resume. Su barca, atestada de gente, llegó a Tarifa en julio de 2018. Una de tantas en ese año. Acabó en un centro de acogida de Jerez de la Frontera. Y otro golpe de suerte.

«Vino de visita la consejera de Igualdad [Rocío Ruiz] y nos preguntó que cómo queríamos vivir aquí. Como yo hablaba un poquito de español levanté la mano y conté que había trabajado en costura en Costa de Marfil, mi país, y que quería seguir aprendiendo». Su mensaje llegó. En un semana estaba en el centro de Don Bosco de Sevilla aprendiendo y trabajando.

Él, que fue un mena, es hoy costurero. Trabaja y aprende. Vive en un piso con compañeros. Es un chaval más en Sevilla. ¿Dónde se ve en 10 años? «En España. Nunca sabes dónde te va a llevar el viento, pero yo me quiero quedar», asegura.

Para los niños que hoy piensan en emigrar desde África, es firme. No lo recomienda. «El mar es muy peligroso. Pero sé que no me van a escuchar. Van a intentar venir igual».

Ismail Hussein: «Trabajo en Abantal y antes daba clases de inglés voluntario»

Ismail Hussein
Ismail Hussein – R. Doblado

Ismail tiene una risa por cada dos frases. La media no decae ni cuando recuerda su viaje en patera. Ni al hablar de su madre, a la que no ve hace tres años y que echa mucho de menos. Se sabe con suerte. Aunque justo ahora esa buena fortuna le esté fallando a la hora de encontrar una habitación para independizarse. «Llamo a un piso, me dicen que sí, pero después de verme no me llaman. Será porque soy extranjero o negro, no sé». Ni eso le quita el buen humor.

Este exmena salió solo de su casa en Ghana con 16 años. Tras casi un mes cruzando en coche el desierto -calor, falta de agua, averías… -, llegó a Libia. Allí, después de tres meses buscando dar el salto a Andalucía, a las dos de la mañana, se montó en una patera tras pagar a las mafias 400 euros, todo lo que tenía.

Al desembarcar en Cádiz, vio cómo la Policía recogía a sus comañeros de patera. Asustado, huyó. En una estación de tren, por la noche, unos desconocidos le ayudaron. Sin saber español, se entendió con ellos. Le pusieron en contacto con Cruz Roja, organización, que, a su vez, lo mandó con la Fundación Don Bosco en Córdoba. Pero al cumplir 18 años, no habia plaza para él allí. Así que acabó en Sevilla, donde se formó en hostelería.

Ismael es un chico con estrella. Con luz. La propia, que le impulsó a dar clases de inglés como profesor vountario a otros chicos inmigrantes. A sacar la ESO casi sin hablar español. Y la de su lugar de trabajo, el restaurante Abantal, único restaurante de Sevilla con estrella Michelin. «A mi me encanta la cocina, los restaurantes. Quiero aprender», explica.

En Abantal su trabajo es como camarero de sala. Le ayuda, además de la sonrisa que no pierde nunca, su buen inglés y español. «A veces me agobio y creo que no puedo con todo. Pero se puede. Tienes que creer en tí mismo», reflexiona. En el restaurante es feliz. «Los clientes son muy amables, estoy muy bien. Mi jefe es muy bueno».

Con su familia habla «de vez en cuando. Echa de menos de su madre. Y ella a él. «Me dice que me cuide mucho», explica. Mirando atrás, él mismo se asombra: «Yo era un mena, un niño extranjero. Tuve que ser valiente, pero era un niño».

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