«No es hora de coger las armas, sino lápiz y papel para formarnos y ser el futuro de Colombia»
Fuente: 20 Minutos
Fecha: 09/02/2017
Catalina tenía solo 13 años la primera vez que empuñó un arma. Manuel acababa de cumplir los 14. Problemas familiares y económicos llevaron a estos dos colombianos, ahora de 19 años, a enrolarse en las FARC y a emprender un camino que les robó la niñez. Hoy, ambos están desvinculados de la guerrilla, han podido empezar una nueva vida y quieren lanzar el mensaje de que la paz es posible. «No es hora de estar cogiendo las armas sino de coger lápiz y papel para formarnos y ser el futuro del país», responde ella cuando se le pregunta qué les diría a quienes se vean en la situación que ellos atravesaron.
Estos jóvenes cuenta sus viviencias ante una multitud de periodistas congregados en la embajada de Colombia en Madrid. Este jueves están en España, después de haber pasado por Italia y Bruselas, en el que para ambos es su primer viaje al extranjero. Han venido a Europa a dar a conocer su historia con motivo de la conmemoración este domingo del Día Internacional contra la Utilización de Niños Soldado, testimonios recogidos en el documental Alto el fuego que Misiones Salesianas está presentando para mostrar la labor de reinserción que realiza con estos chavales. «Una apuesta por la paz a través de la educación», apuntan sus responsables.
Catalina y Manuel, nombres ficticios, son dos de los más de 2.300 menores a los que la ONG ha ayudado durante los 14 años que lleva trabajando a través de dos instalaciones, una en Medellín y otra en Cali. Cifras de 2014 de la Organización Internacional para las Migraciones sitúan entre 8.000 y 13.000 los pequeños que a lo largo de los últimos años han formado parte de grupos armados en Colombia, el único país de América que aún tiene niños soldados. No existen censos oficiales, pero en el mundo se calcula que hay unos 300.000 en más de una quincena de conflictos.
Los menores son captados porque son leales, se quejan poco, no valoran el riesgo y se infiltran bien en las filas enemigas. Son además fáciles de amedrentar, con amenazas de muerte contra ellos o contra sus familias si se niegan a obedecer. Manuel recuerda que su hermano se encuentra entre aquellos que fueron asesinados por querer actuar con libertad: «Empezó a incumplir las reglas, no cambió y decidieron matarlo. Me dejaron despedirme de él. Me dijo ‘cuídese’ y me abrazó. Vi cómo se lo llevaban del campamento».
Catalina fue soldado durante más tiempo, tres años aproximadamente. Se unió a la guerrilla harta de las palizas y los intentos de abuso sexual de su padrastro y ante la pasividad de su madre. También porque creía que así podría cumplir su sueño de ser enfermera. Pero aquella vida tampoco fue cómo esperaba. «A los ocho días ya me dieron un arma que era más grande que yo», cuenta. Tras pasar por situaciones como ver morir a compañeros y resultar ella misma herida durante un bombardeo, finalmente decidió huir.
Del miedo a la esperanza
Al abandonar las FARC estos dos jóvenes recibieron el amparo del Ejército. «Cuando un niño sale de las filas es acogido por las autoridades nacionales y llevado al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. Ellos lo derivan a las diferentes instituciones, entre ellas nosotros», explica durante la rueda de prensa Rafael Bejarano, salesiano y director del centro Ciudad Don Bosco-Medellín.
Se trata de pequeños que llegan a esos centros sin haber dado ni recibido cariño, algunos incluso después de haber sido obligados a matar a sus propias familias y tras haber sufrido malos tratos. Presentan estrés postraumático, están deprimidos y tienen un temor constante a la persecución, a ser asesinados por haber desertado. En el caso de las niñas, suelen haber sido explotadas sexualmente y según recoge el documental, algunas, con solo 15 años, han sido obligadas a abortar hasta siete veces. «La de los niños soldado es la forma más extrema de esclavitud infantil», denuncian desde Misiones Salesianas.
«Nosotros empleamos un método basado en tres pedagogías: la de la confianza, que consiste en que se sientan acogidos; la de la esperanza, que incluye el proceso de formación; y la de la alianza, la fase en la que pueden volver con sus familias, insertarse en el mundo laboral o iniciar estudios universitarios», señala James Areiza, responsable de Programas de Protección de la Infancia de Ciudad Don Bosco. Es como logran que estos chicos superen sus miedos, sus traumas y sus carencias.
Tanto Catalina como Manuel están en la última etapa. Ella, graduada en Artes Gráficas, aún vive en el centro pero se encuentra a punto de empezar la carrera de Enfermería gracias a una beca. Él, que espera acabar el bachillerato este año, estudió mecánica, trabaja en una empresa y vive de forma independiente en una casa alquilada en Medellín.
Pese a todo lo sufrido a tan corta edad, ambos coinciden en hablar de perdón y de esperanza, de dejar atrás el pasado para que «puedan sanar las cicatrices». «Tenemos muchos niños a los que hay que ayudar, que al igual que yo cometieron un error», apunta Catalina. Ella ha logrado incluso perdonar a su madre, contra la que ha sentido rencor durante mucho tiempo, y a la que ahora adora. «Nosotros hemos perdonado a quienes nos hicieron daño, igual que la sociedad nos ha perdonado a nosotros», agrega Manuel.
Ambos ven de forma muy positiva el proceso iniciado entre las FARC y el Gobierno colombiano y creen que no hay marcha atrás, pese al tropiezo de que el primer acuerdo fuese rechazado en referéndum. «Aquel día nos desanimamos, pero después hemos recuperado la esperanza», afirma la joven, quien añade: «Nosotros mismos podemos lograrlo y sigo con la mentalidad de que se va a poder alcanzar la paz».