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Por qué la mutilación genital femenina nos incumbe a todos

El País.- El testimonio de mujeres que han pasado por este sufrimiento sirve para romper tabúes. Europa y sus ciudadanos no deben dar la espalda a este problema

Mientras usted lee este artículo, en algún lugar de África, Asia, o también aquí, en Europa, hasta mil niñas podrían haber sido sometidas a una operación rudimentaria de ablación de clítoris, ejecutada por su abuela, su madre, una tía, una anciana del poblado, o incluso una profesional sanitaria. Alrededor de la niña se forma un círculo de silencio que impide que los gritos de dolor lleguen al mundo exterior.

En la actualidad, más de 200 millones de mujeres han sido sometidas a la mutilación genital; al menos medio millón en Europa. Se estima que tres millones de niñas están en situación de riesgo cada año, si bien se prevé que la cifra alcance los 4,6 millones en 2030 como consecuencia del crecimiento de la población. En los 30 países en los que esta práctica es más común, cerca de una de cada tres niñas de entre 15 y 19 años han sido víctimas de esta tortura.

La mutilación genital femenina en todo el mundo constituye una violación flagrante de los derechos humanos. Es un acto de violencia sexual, una forma de abusar y controlar su cuerpo y su mente.

En la década de los noventa, los Gobiernos empezaron a adoptar medidas legales para luchar contra esta práctica. Sin embargo, la experiencia ha demostrado que cambiar la ley sin modificar las actitudes no es más que un parche que mantiene intactas esas prácticas profundamente arraigadas. Es necesario acompasar los cambios legales con la educación y con la voluntad de las comunidades de adoptar unas normas sociales y unas políticas económicas que realmente fomenten la emancipación de la mujer y aborden la desigualdad de género.

La educación y la consciencia de ser plenamente dueñas de su salud sexual y reproductiva, así como de los derechos que llevan asociados, contribuyen a que las niñas se atrevan a cuestionar el mundo que las rodea.

Para las niñas y mujeres que son víctimas de prácticas perniciosas, el acceso a servicios inclusivos, el empoderamiento y el conocimiento sobre la realidad que les rodea, la capacidad de ser autónomas, son unos recursos poderosos e indispensables que les ayudan a alcanzar su máximo potencial, alzar la voz y hacerse oír en el seno de su familia y comunidad.

Conocer a mujeres y niñas que no solo han superado horrores indescriptibles, sino que consiguen hablar de ello, es una experiencia inspiradora. Su testimonio ha servido para romper tabúes y garantizar que otras mujeres y niñas sean escuchadas. Me viene a la cabeza Jaha Dukureh. Con 15 años había sobrevivido a la mutilación genital y huido de un matrimonio forzado. Más tarde, tuvo un papel clave en la prohibición de la mutilación genital femenina en Gambia, su país de origen. Hoy es una de las impulsoras de la Iniciativa Spotlight de la Unión Europea, cuya finalidad es erradicar este tipo de prácticas perniciosas.

También pienso en Kadia. Tiene apenas 12 años, pero habla de la importancia crucial de la educación y las campañas informativas con una sabiduría impropia de su edad. En el seno de su comunidad en Mali, ella y otras como ella pudieron hablar públicamente de este tabú gracias a un proyecto financiado por la Unión Europea. Tuvo la oportunidad de expresar su opinión y defender los derechos de las mujeres y las niñas ante su comunidad, un acto al que también asistieron los líderes religiosos y los jefes del poblado.

En los 10 últimos años, la Unión Europea ha conseguido importantes hitos. Gracias a la labor de Unicef, UNFPA y de la sociedad civil —que han contado con el respaldo de la Unión Europea— cerca de 3,3 millones de mujeres y niñas tienen acceso a los servicios de protección y prevención, y más de 20.000 agrupaciones comunitarias de África han reivindicado públicamente la erradicación de la mutilación genital femenina.

Hasta la fecha, 12 países africanos han aprobado partidas presupuestarias nacionales para poner fin a esta práctica, una iniciativa a su vez respaldada por la sólida colaboración entre la Unión Europea, la Unión Africana y los Estados africanos promotores. Asimismo, en los Estados árabes se han creado redes nacionales y regionales de organizaciones religiosas para contrarrestarla.

La Iniciativa Spotlight de la Unión Europea y Naciones Unidas en África se basa en esta experiencia y va más allá. Su finalidad es erradicar toda forma de violencia contra las mujeres y niñas. El componente africano de la iniciativa, que se centra en principio en ocho países (Liberia, Mali, Malaui, Mozambique, Níger, Nigeria, Uganda, y Zimbabue), irá destinado a proyectos concebidos para erradicar la práctica de la mutilación genital femenina, el matrimonio infantil y otros actos de violencia contra mujeres y niñas.

La Iniciativa Spotlight adopta un enfoque transformador, que incluye abordar los prejuicios y las normas sociales. No podremos ganar la guerra contra la mutilación genital femenina si no entendemos las expectativas sociales y las costumbres de la sociedad en la que se practican.

Me viene a la memoria Fátima, quien compartió con nosotros una historia sobre el razonamiento subyacente a esta barbarie. Cuando le preguntó a su abuela por qué cortaban a las niñas, ella le respondió: «Por los hombres; ellos quieren que sea así. Pregúntale a tu abuelo». Sin embargo, cuando le planteó a su abuelo la misma pregunta, este respondió de inmediato: «A mí no me preguntes. Es lo que quieren las mujeres».

Las causas fundamentales de esta práctica perniciosa son muchas y muy complejas. Sin embargo, la comunicación intergeneracional es esencial si queremos acabar con los tabúes. Por ejemplo, Fátima se enteró después de haber sido mutilada de que su abuela era totalmente contraria a esta práctica, pero temía que su nieta no encontrara un marido y no pudiera crear su propia familia si no se atenía a esa tradición.

¿Cómo podemos erradicar esta necesidad cultural sin que la sociedad pierda su identidad? Si bien la solución no es simple, el acceso a la educación y la concienciación en materia de salud son esenciales para modificar las percepciones y conductas. La Unión Europea lidera esta iniciativa desde hace tiempo, prestando su apoyo a proyectos educativos en escuelas de todo el mundo, en centros de asistencia a mujeres, en lugares de trabajo y en lugares públicos

Pero no estamos solos. Colaboramos estrechamente con muchos impulsores y organizaciones firmemente ancladas en las comunidades locales y reconocidas por ellas.

Aunque el enfoque adapta a las particularidades de cada comunidad, el mensaje es unívoco: se puede preservar la identidad cultural y, a la vez, erradicar prácticas perjudiciales para el cuerpo y la seguridad de la mujer. Sencillamente, porque no es cierto que una mujer deba aceptar el sufrimiento ni que una niña que no haya sido sometida a la infibulación o corte nunca vaya a encontrar un marido ni a ser respetada.

Asimismo, la independencia económica de la mujer también contribuirá a acabar con la violencia contra las mujeres y las niñas.

Ester, quien vive en la región de Geita, en Tanzania, también tiene una historia de mutilación y sufrimiento que contar. No se dio por vencida y ahora forma parte de una red de 15 mujeres que trabaja para educar a su comunidad. «Los resultados no son tangibles de inmediato; es una labor lenta y, a menudo, difícil», señala Ester. «Sin embargo, hoy en día, gracias a este programa muchas mujeres jóvenes han sido no sólo capaces de salir de ese círculo vicioso de sufrimiento y abusos, sino que ahora dirigen pequeñas empresas y tiendas, y son titulares de una cuenta bancaria».

Dentro del nuevo marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas, la Unión Europea ha integrado la independencia económica de las mujeres en las políticas europeas, tanto dentro como fuera de su territorio. Por ejemplo, por medio del Plan Europeo Externo de Inversiones, que trata de consolidar la cooperación con el sector privado para promover el desarrollo sostenible en África. Una parte de ese plan es potenciar el papel de las mujeres en el lugar de trabajo como emprendedoras, directivas y empleadas.

Debemos hablar abiertamente de las prácticas perniciosas y de sus consecuencias. No estamos ante un problema que sea exclusivo de África o de Asia. No, es un problema global. Se estima que el 5 % de las mujeres que han sido víctimas de mutilación genital residen en Europa. Solo Italia, Alemania y Francia concentran al menos a 150.000 víctimas, y quién sabe cuántas más están todavía en situación de riesgo.

Es un estado de dolor latente que nos afecta a todos. Europa y sus ciudadanos no deben darle la espalda: debemos alzar la voz todos juntos, y debemos hacerlo ahora.

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