Por qué las víctimas de violencia machista pueden encadenar relaciones tóxicas

El País.- La idealización del amor romántico y los roles de género son algunos motivos de repetir parejas maltratadoras

El pasado jueves por la noche, una mujer de 32 años se encontró con su expareja en la Plaza de la Libertad, en Granada. Ella salía de trabajar y caminaba de vuelta a la casa de acogida para mujeres maltratadas donde vivía después de poner dos denuncias por violencia machista a dos de sus exparejas anteriores. Contra Antonio Sánchez, ese último exnovio con el que acababa de encontrarse, no pesaba ninguna, pero ella había cortado la relación hacía poco precisamente para no tener que acabar poniéndola. Él no vivía en Granada sino en Monachil, y había ido a buscarla. La apuñaló, ensañándose, y después huyó.

¿Qué ocurre para que una mujer que ha sufrido violencia de género vuelva a mantener una relación potencialmente tóxica? ¿Cuáles son las pautas para detectar una posible situación de maltrato? Dos psicólogas expertas en violencia de género dan las claves de una situación que el año pasado acabó con 166.961 denuncias y 47 mujeres asesinadas a manos de sus parejas y exparejas.

¿Por qué una superviviente de maltrato escoge a otro hombre tóxico?

La idea sobre qué es el amor y cómo debe ser es el primer problema. Lo explica Timanfaya Hernández, psicóloga sanitaria y forense experta en violencia de género: “Nos han vendido el amor romántico como algo que puede con todo, que acarrea sufrimiento y por tanto una pasión desbordante… Es mentira y configura una realidad que se cuela en nuestro imaginario desde que somos muy pequeñas”. De ahí se desprende un hombre tipo: protector, proactivo siempre y que toma decisiones. La posesión y los celos, por ejemplo, están permitidos dentro de ese estereotipo y son un caldo de cultivo para la violencia, explica la especialista. “Quien bien te quiere, te hará llorar”.

Ese amor mal entendido produce confusión «entre acciones demostrativas de amor y actitudes machistas y de maltrato», explica Bárbara Zorrilla, psicóloga clínica y también experta en violencia machista. Por ejemplo: atención con control, protección con dominación o compromiso con sumisión. A las mujeres, dice, el amor se les ha inculcado como algo prioritario: «Que la soledad equivale a la soltería y que lo fundamental es tener pareja y formar una familia». Con esa proyección de su propio futuro, las mujeres se enfrentan a las relaciones.

«Ninguna maltratada imagina que lo será», arguye Hernández. La violencia es, según ambas expertas, sutil y silenciosa. Se va filtrando en las rutinas diarias hasta que se convierten en «normales». Por eso es tan difícil detectarla, tanto para una mujer que nunca ha sufrido violencia machista como para una que sí. Ambas insisten en algo que les parece esencial: siempre el culpable de la violencia es de quien la ejerce, nunca de quien la sufre.

Zorrilla relata cómo el agresor va poniendo en marcha diferentes estrategias para ir minando la autoestima de la mujer, mecanismos que acaban provocando una dependencia emocional absoluta. «Si la víctima no se ha curado de una relación anterior, sin herramientas para diferenciar entre la estrategia del maltratador y las verdaderas emociones, se convierte en una persona muy vulnerable».

Además, analiza Hernández, el hecho de volver a mantener una relación de este tipo viene dado por una complementariedad negativa: «Quien quiere cuidar complementa con quien quiere ser cuidado, no con quien también quiere cuidar. Esto, con toda una base de creencias machistas y falsas, provoca una serie de distorsiones cognitivas que nos mantienen en esa toxicidad y nos confunden».

¿Cómo detectar el maltrato y salir de él?

Las pautas de seguridad

Apunta Hernández que hay que poner en marcha dos cosas: una reestructuración del ideario romántico y una suerte de detector, «pequeñas cosas que nunca son pequeñas». Enumera algunas: «Que te diga cómo tienes que vestir o maquillarte, que se impongan horarios o limitaciones a la hora de relacionarte con tus amigos o tu familia, celos o coartar las aficiones y los placeres individuales. Hay que poner límites desde el principio». Es tajante: «Todo eso, desterrado». Si la situación acaba en maltrato, las pautas de seguridad son otras.

¿Denunciar? Absolutamente sí. Advierte Zorrilla que una denuncia es poner un límite, pero que lo mejor «es acudir para un asesoramiento integral, con un plan de seguridad individualizado y adquirir hábitos para minimizar el riesgo». Si se sigue conviviendo con el agresor, la experta recomienda varios. Por ejemplo, tener una bolsa siempre preparada con documentos, medicinas y las llaves del coche o de casa; si se tienen hijos, enseñarles a llamar por teléfono en caso de emergencia; tener un contacto cercano, si puede ser alguna vecina, para que esté al tanto de alguna señal concreta, como colgar un trapo en el tendedero; o no discutir nunca en la cocina, donde hay cuchillos.

Si la convivencia se ha roto, lo mejor es cambiar las rutinas por completo. «No frecuentar los mismos lugares, ni los amigos comunes, no realizar los mismos recorridos ni a las mismas horas», enumera Zorrilla. «A veces se enfadan… Y no puedo más que darles la razón, son ellas las que tienen que cambiar sus vidas muchas veces mientras ellos están libres. Son ellas las que se van de su casa, con una maleta pequeña y un niño de la mano a una casa de acogida».

Las pautas de recuperación

Para ambas especialistas, lo primero es comprender lo que está sucediendo, visibilizar y poner nombre a la violencia y despatologizarla, entender los efectos y las consecuencias psicológicas de lo que han sufrido y ofrecer un tiempo y un espacio para la recuperación. «Muchas creen que están locas, que son culpables, se sienten avergonzadas, para cambiar eso hay que trabajar de manera transversal», cuenta Zorrilla. Ella, dice, trata de «amortiguar» la oscuridad con la luz: «Si el agresor ha minado la autoestima, hay que dar empoderamiento. Si la ha aislado, tejer de nuevo la red social y familiar. Si las ha convencido de que no sirven para nada, incidir en sus habilidades y en sus puntos fuertes. Si las apartaron del trabajo, ayudarlas a encontrar de nuevo… Tienen que verse en un espejo mucho más real del que el maltratador les ha puesto enfrente».

Alternativas al espacio que conocen y a la confusión que crean los agresores, que no mantienen un comportamiento violento de forma continua. Explican las psicólogas que la culpa en este sentido «funciona bien». «Se nos enseña que nosotras somos responsables del éxito o el fracaso de nuestras relaciones. Ellas acaban convencidas de que tienen la culpa de lo que sucede». Añade la psicóloga que donde más claro lo percibe es en la violencia a menores: «Tienen un falso control de la realidad, creen que como son ellos quienes están haciendo algo mal, cuando dejen de hacerlo la violencia acabará».

Y puede acabar. A pesar de la baja autoestima de las víctimas de violencia de género, su resiliencia y su capacidad de supervivencia suelen ser altas, según las expertas. «El seguir adelante en esas situaciones adversas de forma sistemática y diaria las convierte en personas fortalecidas que, a la hora de reincorporarse a su nueva realidad, y con un buen proceso de tratamiento, tendrán unos recursos y una motivación increíbles», alega Zorrilla.

Hernández vuelve al inicio, al amor. «Al mal amor», apostilla. «No estamos preparados para entender que el amor no eso visceral y pasional. Es más racional, es más una persecución de objetivos, de diálogo, de compañía. Y habría que empezar a prepararse».

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