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¿Quién está dispuesto a luchar contra el olvido y hablar de terrorismo en la universidad?

El País.- Solo País Vasco y Navarra tienen un plan para divulgar la historia de ETA. En estas autonomías las víctimas van a las aulas y se estudia que participen etarras arrepentidos

Los jóvenes españoles están preocupados por el ecologismo y la justicia social, y poco o muy poco saben de ETA. Lo dicen los datos: solo el 0,5% de los estudiantes de ESO conoce quién es Miguel Ángel Blanco ―víctima cuyo secuestro y posterior asesinato provocó una colosal reacción social en 1997―, según una encuesta entre 1.156 escolares del Gobierno navarro. Y el tiempo, temen los que luchan contra el olvido, corre en contra, porque ya muchos adolescentes piensan que el terrorismo de ETA es cosa de sus padres y abuelos. “Los jóvenes no conocen el pasado terrorista, y para no repetirlo hay que conocerlo”, opina la exministra de Educación Isabel Celaá. Bajo esa premisa, en 2011, la por entonces consejera de Educación Celaá puso en marcha el programa vasco Víctimas educadoras (Adi-aAian), que lleva a esos damnificados a algunos colegios y a las universidades de la comunidad. La idea ha prendido en la vecina Navarra (ESKUtik-de la Mano), pero en el resto de España no hay programas autonómicos contra los terrorismos ―ni de ETA, ni del yihadismo, que hoy sigue matando― y solo ahora empieza a ponerse el énfasis en los alumnos de secundaria y Bachillerato.

Para mostrar a los jóvenes la violencia vivida, el Gobierno ha puesto en marcha el proyecto Memoria y prevención del terrorismo para estudiantes de ESO y Bachillerato. A través de siete unidades didácticas, se intenta enseñar a los alumnos valores democráticos ―libertad, pluralismo y paz―, y se incluye también a los GAL y el yihadismo. Mientras, en los campus rige la autonomía universitaria y es un asunto casi olvidado salvo en el País Vasco y Navarra; y en algunas actividades sueltas en el resto de España, como el homenaje anual al expresidente del Constitucional Francisco Tomás y Valiente, asesinado en la Autónoma de Madrid. La ministra de Educación, Pilar Alegría, reconoció en su presentación en Pamplona el pasado diciembre la complejidad del asunto: “Sabemos que estos temas no son cuestiones fáciles de abordar, que suscitarán debates, que tocarán emociones quizás ocultas…”.

Entre 2019 y 2020, el Centro de Ética Aplicada de la Universidad de Deusto y el Consejo de la Juventud de Euskadi lideraron una comunidad de aprendizaje en la que entrevistaron a un grupo de jóvenes sobre el terrorismo. Las conclusiones resultaron desoladoras: tenían un “muy escaso” conocimiento del conflicto y su historia, por falta de formación en la escuela, y reconocían que aún había “miedo” de hablar del tema entre amigos o en familia. Eso los había animado a apuntarse a la comunidad de aprendizaje. Por eso, en los grados de Deusto, universidad de los Jesuitas, todos los alumnos cursan la asignatura Ética Cívica y Profesional y desde hace cuatro años las víctimas visitan las aulas. El Gobierno vasco cerró un acuerdo en 2017 con los rectores de la Universidad del País Vasco ―Maixabel Lasa, la viuda de Juan María Jáuregui retratada en la última película de Icíar Bollaín, estuvo este otoño― y la Universidad de Mondragón para programar también encuentros con víctimas.

“No veo imprescindible la elaboración de materiales didácticos para la universidad”, opina Marta Rodríguez Fouz, profesora de Sociología de la Universidad Pública de Navarra (UPNA). “Hay muchos y muy buenos trabajos académicos que analizan y explican el terrorismo y que enseñan a pensar críticamente sin necesidad de generar nuevas unidades que, a mi entender, no son el tipo de material que debe manejarse en un nivel universitario”. El curso anterior, en una experiencia piloto, una víctima acudió a una clase del grado de Sociología Aplicada de la UPNA y la idea es repetir este año en dos asignaturas.
En la Universidad el clima político se ha ido calmando, pero afrontar el tema hasta ahora ha sido espinoso. La rectora de la Universidad del País Vasco, Eva Ferreira, lo tiene claro: “Hay que leer las páginas de la historia antes de pasarlas”. Por eso está orgullosa de que en los estatutos de su institución se incluyese en 2010 la lucha contra el terrorismo. “ETA estaba todavía activa y el clima político, aún tibio. Sortu fue el primer partido abertzale que condenó la violencia y eso fue en 2011″. La pandemia ha frenado las actividades en su universidad, pero en el curso 2018-2019 más de 800 alumnos y 16 víctimas del terrorismo participaron en encuentros. “En las primeras charlas no se nos miraba con lupa, sino con microscopio electrónico. No íbamos a adoctrinar a nadie, pero había ese miedo”, cuenta Iñaki García Arrizabalaga, hijo de una víctima de ETA y profesor de la Universidad de Deusto. “No vamos a opinar, eso sería un inmenso error, sino a hablar de nuestras vivencias, nuestras emociones y de cómo hemos superado esa situación personal”.

García Arrizabalaga, entre otras muchas charlas, impartió en 2019 una a alumnos del doble grado de Derecho y Criminología de la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid que se volvió mediática. La grabó el periodista Jon Sistiaga para su reportaje Miguel Ángel (Movistar Plus+) y sorprendió a muchos espectadores porque los alumnos, que tenían 13 años cuando ETA se disolvió, no recordaban nada. “¿A alguno le suena quién es Miguel Ángel Blanco?”, pregunta ante las cámaras el invitado. De la veintena larga de estudiantes, apenas tres levantan la mano. Al docente no le extraña, “no podemos hacerles interiorizar una lista de víctimas”. Opina que lo importante es “la transmisión de valores, que no se pierdan los grandes conceptos, que se preocupen para que no se reproduzca o el derecho a no olvidar lo que sucedió”. Aunque reconoce que los alumnos vascos “están mucho más familiarizados”, él los anima a “hablar sin pasión del tema con su ama y su aita”. “¿A cuántas personas ha matado ETA?”, planteó en Salamanca. “A 30.000”, contestó un chico. En realidad fueron más de 850 los asesinados. El profesor de Deusto cree que “el grueso de la responsabilidad” de la ignorancia es del sistema, pero también sostiene que “ahora hay recursos para enterarse”.

En marzo de 2021, varios colectivos de víctimas propusieron al Gobierno vasco que exterroristas de ETA que han hecho una “profunda autocrítica” de su pasado criminal acudieran a las escuelas para exponer su experiencia y arrepentimiento. Plantean que el testimonio de estos expresos puede contribuir a la deslegitimación del terrorismo y la reparación del daño causado. Algún de ellos ya ha acudido, sin invitación institucional, a un encuentro con alumnos de máster en compañía de una víctima. García Arrizabalaga es absolutamente partidario de hacerlo, empezando en las universidades, con alumnado más maduro: “El testimonio de quien mató tiene un valor enormemente superior a lo que yo diga. Pero, para eso, no solo tiene que ser valiente él, sino el centro porque le van a llover las críticas”. Sus compañeras del Centro de Ética Aplicada de Deusto están de acuerdo.

“Se politiza mucho, pero si se ve bien que antiguos miembros de los Latin Kings vayan a los colegios, ¿por qué no de ETA?”, razona Martín Zabalza, director de la Dirección General de Paz, Convivencia y Derechos Humanos del Gobierno de Navarra. “No veo ningún problema con esos encuentros, con la condición de un acuerdo previo con las víctimas”.

Desde Pamplona la profesora Rodríguez Fouz también estaría dispuesta a recibir a un exterrorista en su clase: “Para comprender el terrorismo como fenómeno social hay que analizarlo prestando atención a todos sus actores. La mirada de quien estuvo dispuesto a matar para obtener sus objetivos políticos me parece casi imprescindible”. La rectora de la Universidad del País Vasco se suma a la propuesta de las víctimas: “En nuestra universidad, la mayoría de nuestros estudiantes no guarda en su memoria personal ningún atentado. Que en la universidad se oigan testimonios sobre las acciones terroristas de la boca de sus protagonistas, siempre dentro del marco de valores marcados por nuestros estatutos, creo que forma parte de nuestra labor académica y de nuestra responsabilidad social”.

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