Quiero irme a vivir a Barcelona, allí no me miran raro
Fuente: El País
Fecha: 14/01/2017
En la habitación de Lucía hay fotos suyas sonriendo, pequeños botes de laca de uñas de colores, un cubremesas de la serie de dibujos Hora de Aventura y una litera. «Tenía cosas de niña y otras de más mayor», cuenta su madre, que abre la puerta despacio y retirándose las gafas de sol tras las que esconde los ojos enrojecidos. En esa misma habitación con cojines de colores, se la encontró ahorcada el martes 10 de enero. «¡Lucía, vamos a merendar!», le gritó su madre desde el pequeño salón en el que ahora cuenta todo, en la casa familiar de la pedanía de Aljucer, en Murcia. La chica se suicidó después de contarles a sus padres que sufría acoso escolar y de que la cambiaran a un instituto nuevo.
María Peligros Menárguez y Joaquín García, padre adoptivo de la adolescente de 13 años, han llevado esta misma mañana de viernes las cenizas de su hija en Alcantarilla, el pueblo del que proviene la familia materna. La velaron en el tanatorio Arcoíris, en Murcia, al que fueron todos los compañeros de su nueva clase en el nuevo instituto en el que la bandera luce a media asta y se han guardado dos minutos de silencio por la chica, uno de mañana y otro de tarde. En el antiguo centro, donde abrieron expediente cuando los padres dieron la voz de alarma, descartaron que la niña sufriera acoso.
Sentados detrás de un retrato de Lucía enmarcado en plata y crema —que aparece con el pelo tintado de rojo, una cara preciosa y unos ojos enormes azules—, los padres relatan el supuesto acoso al que le sometieron compañeros de su antiguo instituto. Eran los mismos con los que ya compartían colegio, «chiquillos del pueblo», como dice la madre. Ella era una adolescente introvertida, callada, muy responsable y buena estudiante. Vestía de oscuro al estilo gótico.
«Llegó un momento en el que explotó y nos contó lo que estaba ocurriendo», señala Joaquín. Fueron al instituto Ingeniero de la Cierva, en Patiño, en el que la chica cursaba 1º de la ESO en el grupo B, el mismo de los supuestos acosadores con los que ya había tenido problema en el colegio, aunque entonces la familia pensó que era cosa de críos. Explicaron a la jefa de estudios que Lucía les había contado que la estaban acosando.
«Nos contó que se metían con ella, la insultaban, le pegaban, le daban puñetazos, le clavaban lápices, en el autobús no querían sentarse con ella, le decían que era una gorda, ‘qué asco das’ y 50.000 cosas más. Había estado aguantando mucho tiempo y la pobre no pudo y nos lo dijo», relata con los ojos clavados en la mesa este administrativo de 52 años que se casó con María Peligros, a la que todos llaman cariñosamente Peli. Adoptó a su hija y aportó al matrimonio otra hija veinteañera, Laura, que vive en Barcelona y a la que Lucía adoraba. En la mesita de noche hay una foto en la que las dos sonríen. Lucía la visitó hace poco y volvió encantada. Se lo contó a María Peligros: «Mamá, quiero irme a vivir a Barcelona. Allí no me miran raro».
Ellos señalan que la primera cita con el instituto relacionada con este asunto se produjo en mayo. El informe del instituto Ingeniero de la Cierva, redactado tras el suicidio de la niña el 11 de enero, alude a una primera visita de los padres el 20 de abril. El centro descarta de forma tajante el acoso aunque la policía ve claros indicios y la familia también. El jefe superior del Cuerpo Nacional de Policía en Murcia, Cirilo Durán, ha asegurado este viernes que «está claro» que hay indicios para pensar que se trata de un caso de bullying. De momento han tomado declaración a los padres, al director de su nuevo instituto —que declinó hablar con este periódico—, a la jefa de estudios del antiguo y a un inspector educativo.
Contactado por EL PAÍS, Antonio Molina —director del instituto Ingeniero de la Cierva el curso pasado y ahora jubilado— sostiene que «no existió acoso». «Si ha habido acoso alguna vez, se habría generado fuera del centro», explica al teléfono. Añade que los cuatro grupos de 1º hicieron un test sobre bullying en marzo de 2016. Son pruebas en línea que realizan los centros de forma voluntaria. «En el de Lucía no apareció nada que delatara acoso», añade.
María Peligros y Joaquín denuncian que en el centro les dijeron que ya tenían conocimiento de que había algún problema pero ni se lo comunicaron ni tomaron medidas. «Me dijeron que no me preocupara, que se iban a encargar de todo, que no tenía que acudir al ningún sitio porque iban a poner medios para solucionarlo». No presentaron denuncia en la policía. «Luego pasó lo del bocadillo» dice la madre.
Peligros fue a meter la merienda en la mochila de su hija y la encontró llena de bocadillos de días anteriores que no se había querido comer. Entró en su habitación. Descubrió un diario. En él Lucía relataba que estaba harta de ser una marginada, de verse gorda, de estar siempre sola. La madre volvió al instituto e insistió ante la orientadora. «Quería sacarla de allí porque Lucía contaba en su diario que ya no soportaba estar en ese instituto», explica. «La orientadora me dijo que eso era cosa mía».
Los padres relatan de un calvario burocrático para cambiarla de centro, que fueron a la Consejería de Educación con un informe de la psicóloga a la que habían empezado a acudir. «En la consejería no nos daban solución, por más que insistimos repetían que no se podía hacer nada». Un portavoz de la consejería señaló el jueves que «el protocolo se activó, se investigó y se tomaron decisiones en colaboración con la familia, que solicitó el cambio de centro educativo y se realizó».
La cambiaron al instituto Licenciado Francisco Cascales, situado en el centro de Murcia frente al río Segura. Faltaba un mes para acabar el curso. «Mamá, ¿sabes qué? Una chica me ha pedido que me sentara con ella», le dijo a su madre. «Hizo amigas que tenían los mismos gustos, ya no se sentía extraña por querer llevar el pelo de colores». Lucía vestía de tonos oscuros. Le gustaban los cómics y la ropa manga. En el instituto la identificaban como una chica gótica o una emo, una tribu urbana que hace de la tristeza y la melancolía unas de sus señas de identidad. Lucía iba a terapia y había intentado ya suicidarse. Fue a finales de agosto, antes de empezar en el nuevo centro. «Según su psicóloga de eso no quería hablar, es como si lo hubiera borrado de su mente», recuerda la madre.
La familia no sabe si el acoso continuó cuando cambió de instituto, si le insultaban por el móvil o por las redes sociales. El jefe superior de Policía ha asegurado que no hay «ningún indicio» ni existe ninguna prueba de que estuviera sufriendo acoso en el nuevo centro, informa Efe. La investigación está ya en manos de la Fiscalía de Menores y del Grupo de Menores (GRUME) de la Policía Nacional, que se ha llevado el ordenador, el diario y las cartas de Lucía. Esa en la que contaba que esperaba tener un gran año en 2017. O esa otra, mucho más triste, que encontró una limpiadora de su nuevo instituto. No hablaba de acoso pero sí se despedía.
«Me preguntó si iba a salir de esta y yo le dije que sí, que estábamos para ayudarla. No siempre pedía ayuda. La psicóloga me dijo que le iba a costar trabajo hasta que la niña consiguiera abrirse del todo”, cuenta María Peligros. Y llegó el martes 10 de enero. María Peligros recogió a su hija del instituto. Siempre la llevaban y la traían desde que intentó suicidarse. La llevó a la psicóloga. Con sus compañeros de terapia se encontraba a gusto. «Salió contenta», recuerda la madre. «Ese día comió bien», añade el padre. Se metió a hacer los deberes. Los acabó. Pidió a su madre sus trajes manga para probárselos. Volvió a meterse en la habitación. Y ya no salió.