Racializada, ¿yo?
El Periódico.- Sé que el término se usa con la mejor de las intenciones y que hay personas que se reivindican de este modo pero a mí, cuando alguien me llama «racializada», me hace sentir de repente extranjera
Llevo días mirándome al espejo, intentando descubrir si hay algo nuevo en mi aspecto. Me analizo de la forma más objetiva posible pero no encuentro nada, aparte de los signos propios de mi edad. Y si no ha cambiado nada, ¿por qué de repente me dicen cosas que no me habían dicho nunca? ¿Por qué me escriben y me interpelan en mi condición de “mujer racializada”? Después de décadas luchando para quitarme de encima infinidad de etiquetas que me han ido poniendo sin mi consentimiento, ahora me encuentro con esta nueva que, encima, ni siquiera entiendo lo que quiere decir. Me siento como cuando era pequeña y me decían: “tú eres mora”, y yo corría al diccionario porque no tenía ni idea de lo que significaba. Justo entonces empecé a notar la alteridad. O lo que es lo mismo: la sensación de ser un extraterrestre que acaba de aterrizar. Desde entonces intento que se entienda que soy tan humana como quien me etiqueta, que quiero que me traten de tú a tú y si hay que hablar de diferencias, que me permitan el derecho de escogerlas yo.
Ahora el diccionario no me sirve de nada, la palabra ‘racializado’ no aparece. De todos modos, me resulta extraña esta nueva clasificación: yo soy blanca y tú racializada, me dicen, y es como si de repente se derrumbaran todos mis intentos de derribar fronteras. ¿Cómo podemos hablar de ‘blanquitud’ en un país mediterráneo donde la sangre mezclada de siglos nos hace más parecidos que distintos? ¿Cuál es la raza que me atribuyen? ¿No habían dicho los antropólogos que la raza es una invención precisamente de los racistas? Entonces, ¿por qué aferrarme a una diferenciación que no sé ni quién la ha establecido? La racialización, en este sentido, me recuerda el feminismo que reivindica una esencia femenina que hay que preservar. Y de nuevo huele a atrincheramiento identitario ante la opresión.
Habrá quien me diga (porque ahora me lo dicen a menudo) que si no quiero asumir mi condición de racializada es porque ya he olvidado lo que es vivir la discriminación. Desde algunos sectores del antirracismo el desclasamiento hacia arriba, aunque sea tan pequeño como el de convertirte en escritora catalana, resta legitimidad por el hecho de gozar, supuestamente, de un estatus privilegiado en el presente. Es decir, que si no me siento racializada es porque no recuerdo la discriminación. Y no es así, la recuerdo perfectamente y la sigo sufriendo pero escojo no aferrarme a ella. Soy mucho más que los ataques racistas que he sufrido y he decido que estos no me definan, que no se interpongan en mi relación con los demás. Creo que la mejor estrategia es hacer, ser, trabajar, salir adelante a pesar de las dificultades y reivindicar por encima de todo mi condición de ciudadana de pleno derecho.
Sé que el término se usa con la mejor de las intenciones y que hay personas que se reivindican de este modo pero a mí, cuando alguien me llama “racializada”, me hace sentir de repente extranjera.