Racismo, una asignatura pendiente
MARÍA JOSÉ CARMONA
MADRID.- Llevaba sufriendo los insultos de sus compañeras desde los 9 años pero no se atrevió a contarlo hasta tres años después. El caso fue denunciado el pasado noviembre en un colegio privado del Norte de Madrid. «¿No puedes permitirte comprarte otro jersey, panchita? Vete a tu país” fue una de las últimas vejaciones que tuvo que soportar esta niña de padres ecuatorianos.
Actitudes como ésta no son generalizadas, pero siguen existiendo en las aulas españolas. El Servicio de Asistencia a Víctimas de Discriminación Racial o Étnica, perteneciente al Ministerio de Sanidad y Asuntos Sociales, registró en 2015 un total de 55 denuncias referidas al sector de la educación. La escuela, al fin y al cabo, es un pequeño reflejo de la sociedad en que vivimos y en esa sociedad el racismo y la xenofobia sigue siendo hoy la principal causa de los delitos de odio.
Esta organización colabora con más 250 centros escolares de la Comunidad de Madrid en tareas de prevención de la violencia, partiendo de una palabra clave: dignidad. “Significa que todas las personas tienen valor. Si esto no se les enseña desde el minuto cero vamos mal”, cuenta su presidente, Esteban Ibarra. Este defensor de los derechos humanos alerta sobre la multiplicación de los casos de intolerancia entre menores. “Ya sea por ser extranjero, por ser negro, por ser LGTB, por ser gordo. Tienen mucha culpa las nuevas tecnologías. Antes los chavales tenían una capacidad de hostilidad mínima, pero ahora pueden hostigar en el colegio, en las redes, por watsapp”.
Como desveló en 2016 la ong Save the Children, uno de cada diez alumnos asegura haber sufrido acoso escolar. Según Ibarra, sería bueno que en estos datos “se pusieran los apellidos. Se dijera qué tipo de acoso es. Así nos permitiría saber cuál es la forma de intolerancia sobre la que hay que trabajar con más hincapié. El problema es que la prevención no se estila en este país, solo vamos de bomberos cuando se produce el incendio”.
Burlas, insultos y acoso
Un 8,4% del alumnado en España es de origen extranjero. El porcentaje se reduce cada año a medida que muchas familias optan por marcharse empujadas por la crisis. Hoy la mayor parte de estos estudiantes procede de África (un 30%), seguido de la Unión Europea (28,8%) y América (26%).
Hace tres años el Gobierno preguntó en una encuesta a estudiantes y padres migrantes si alguna vez se habían sentido discriminados en el ámbito educativo. Un 12,5% respondió que sí. La mayoría aseguraba haber sufrido el rechazo de sus compañeros en ciertas actividades y juegos. Otros hablaban de burlas, insultos o directamente de acoso.
Según los expertos, sufrir racismo en el colegio puede marcar al niño toda la vida, sobre todo si la experiencia traumática se sufre antes de los cinco años. Los efectos psicológicos que experimentan las víctimas suelen ser el aislamiento, el miedo o la culpabilidad. A veces también se pueden desarrollar alteraciones más graves como fobias, ansiedad, estrés agudo o depresión.
“Conozco el caso de una niña de 15 años que acabó suicidándose con un bote de pastillas. En el colegio le llamaban la sudaca”, cuenta Esteban Ibarra. “Hay toda una cadena de responsables: los propios agresores, el centro, los padres, pero también están los responsables políticos. Educar para la tolerancia es un mandato de la Unesco que estamos obligados a aplicar”, insiste el presidente de Movimiento contra la Intolerancia.
Prejuicios traídos de casa
“Ahora a los niños no les choca ver a alguien de otro color, está muy normalizado, pero siguen existiendo prejuicios y estigmas”, denuncia Daniel Madjody. Este profesor, de padre ecuatoguineano, trabaja en La Mina, un barrio de Sant Adrià de Besòs (Barcelona). Enseña a niños de entre 8 y 12 años en una escuela con altos índices de exclusión social. La mayor parte del alumnado es de etnia gitana, aunque también cuentan con estudiantes de otras nacionalidades. Según él, “se ve a los inmigrantes como una amenaza, pero en realidad esa es una visión que los padres transmiten a sus hijos. Muchas veces escucho insultos que ellos han mamado en casa”.
Los prejuicios se heredan, los hijos adoptan y utilizan contra compañeros de clase un lenguaje que no es el suyo, acaban reproduciendo muchas de las ideas preconcebidas de sus padres.
Según mostró el CIS en su última encuesta sobre la inmigración del año 2014, un 35,7% de los españoles sigue pensando que la calidad de la educación empeora en los colegios donde hay muchos hijos de inmigrantes. Sin embargo, esa vinculación no es cierta. Es un prejuicio.
Lo advierte el propio informe PISA. Si bien es verdad que en los exámenes de 2015, los alumnos migrantes obtuvieron 26 puntos menos que los nacidos en España. El informe destaca que los resultados tienen más que ver con el estatus socioeconómico que con el origen de los niños. Coincide con este análisis, Eva Martínez, pedagoga de la Liga Española de la Educación. “Que no hablen de cultura, que hablen de pobreza, de la falta de empleo, de condiciones de vida. Todo eso es lo que afecta al rendimiento escolar, no la multiculturalidad”.
Un laboratorio de convivencia en San Cristobal
Eva Martínez trabaja como pedagoga con varios colegios de San Cristóbal de los Ángeles, el barrio con mayor proporción de población migrante de Madrid. Un 28,6% frente a la media de 12,4% que se registra en el conjunto de la capital. Esta zona también es la que registra mayor índice de desempleo, un 17,37%. El doble de la media madrileña.
En estas circunstancias, mantener un buen clima de convivencia no suele ser fácil. Por eso desde la Liga Española de la Educación trabajan con profesores y niños, pero también con las familias y los vecinos del barrio. “Los niños ya están acostumbrados a vivir todos juntos pero queremos que estén encantados, que sea para ellos un privilegio que haya muchas nacionalidades en su cole. Hacemos hincapié en lo maravilloso que es la diversidad”.
Entre las familias y el centro escolar el principal punto de conflicto “suele ser el idioma”, cuenta Zakia Elkhamlichi, madre de origen marroquí y mediadora intercultural en San Cristóbal de los Ángeles. “Los padres no pueden ayudar a estudiar a sus hijos porque ellos mismos no tienen estudios suficientes, pero no saben cómo comunicárselo al centro. El colegio, por su parte, cree que la familia desatiende a los niños. Hay un vacío, faltan puentes de comunicación”.
Una herramienta clave en este barrio son las Aulas Abiertas Interculturales. Se trata de grupos de aprendizaje cooperativo en los que alumnos con dificultades tratan de ayudarse unos a otros, sean del origen o nacionalidad que sean. Es muy útil, por ejemplo, para los niños que no dominan bien el español. “Unos niños enseñan a otros y después se intercambian los papeles. En el caso del idioma, es más fácil de lo que pensamos los adultos. Lo aprenden en pocos meses”, explica la pedagoga.
En estas aulas también tratan de prevenir el abandono escolar, un grave problema en toda España. Somos el país de la UE-28 con mayor tasa de abandono, de hecho estamos a casi doce puntos del objetivo del 10% propuesto para 2020. La tasa de abandono del alumnado extranjero es del 46%, la del español está en torno al 31%.
“Cuando hay un porcentaje tan alto tendremos que plantearnos si el fracaso no es de los chicos, sino del sistema. No se está teniendo en cuenta los contextos tan difíciles de los que parten”, insiste Martínez, “desde pequeños están machacados, hartos de escuchar que no sirven para nada. Me encuentro niños que dicen que de mayor quieren ser chatarreros porque ven imposible otra opción. Necesitan un refuerzo positivo para que sean ellos los que elijan qué quieren ser”.
Cuando la escuela discrimina sin darse cuenta
Paola Hurtado conoce bien lo que significa ser víctima de una agresión racista. Con 22 años fue atacada por dos jóvenes de su edad mientras estaba en una cabina telefónica. “Me preguntaron qué hora es y cuando les miré me echaron un líquido en la cara. Después me gritaron negra vete a tu país”, recuerda esta afrodescendiente de origen ecuatoriano. La rabia e indignación por aquel episodio dieron paso al deseo de cambiar las cosas. Así nació Educación contra la discriminación, una ONG dirigida a garantizar el acceso a la educación superior de las personas migrantes.
Como denuncia Hurtado, en muchas ocasiones la discriminación parte del propio personal del centro, aunque ni ellos mismos se percaten. “Tras entrevistar a varios jóvenes de origen migrante descubrimos que sus orientadoras les recomendaban siempre que hicieran formación profesional. Asumían que no podrían acceder a la universidad. Ahí existe un sesgo discriminatorio”, relata la activista.
Un estudio sobre integración en Europa publicado en 2009 (llamado proyecto TIES) confirma esta percepción. Según él, los profesores aconsejaban seguir los estudios después de la educación obligatoria a un 78% de los hijos de nativos frente a sólo un 42% de los hijos de inmigrados.
No se trata de un racismo declarado, simplemente les subestiman. “Se supone que el orientador tiene que animar al niño, pero hace todo lo contrario. Le acorta los límites. Entonces ese niño no avanza, abandona”, critica Hurtado.
Suspenso en prevención
En 2015 el Ministerio de Empleo y Seguridad Social puso en marcha, junto con el Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia (OBERAXE), el Proyecto FRIDA para insistir en la prevención y detección del racismo en las aulas. El objetivo era crear un manual con recomendaciones para el profesorado, pero lo cierto es que nadie garantiza que se apliquen. Hoy el verdadero trabajo preventivo depende de algunas ONG y de la buena voluntad de maestros y directores. Sobre todo en los centros públicos. Según datos del Ministerio de Educación, el 81% del alumnado extranjero está en colegios públicos, solo hay un 13,4% en concertados y menos del 5% en centros privados.
En muchas ocasiones, como denuncia Victorino Mayoral, presidente de la Liga Española de la Educación, ni siquiera cuentan con los recursos suficientes. En su caso, en 2016 tuvieron que suspender todas las actividades que desarrollaban en el barrio San Cristóbal porque la administración les dejó sin fondos. “Para este año sí tenemos dinero, pero es muy volátil. Al final, solo ponemos parches. El trabajo que hacemos podría hacerse a lo grande, en más lugares y con más intensidad. Por eso pedimos a la administración que nos permita una continuidad”, insiste.
La experiencia de estos años ha demostrado que la integración no solo consiste en enseñar el idioma. La labor de la escuela también es hacer comprender a los niños que la diversidad es una oportunidad y no un problema. Como insiste Esteban Ibarra, presidente de Movimiento contra la Intolerancia, “hay que buscar un enfoque de la educación más humanista y menos competitivo. Es el fundamento de la vida, o nos hacemos más humanistas o predomina la ley de la jungla”.
* Este reportaje ha sido realizado dentro del programa «Periodistas de Frontera», impulsado por el Instituto Panos para el África Occidental (IPAO).