Superar la discriminación hacia las personas con discapacidad, la asignatura pendiente de la universidad
La Vanguardia.- Aralar Pérez Azpiroz tiene parálisis cerebral que le afecta al habla y a la coordinación, pero eso no fue obstáculo para que estudiara Administración de Empresas en la Universidad de Navarra. La pandemia le pilló a mitad de sus estudios de postgrado en CUNEF (Colegio Universitario de Estudios Financieros). Este curso se embarcaba en un nuevo master, esta vez de Finanzas y Data Science en EAE Business School que compagina con prácticas en el departamento de Private Banking de Banco Santander. “No veo la necesidad de las nuevas tecnologías para seguir las clases como un drama. Con tener tu portátil, basta. Y eso lo necesitas para tus trabajos de clase, en tiempos de covid y cuando esto pase”, señala. Y es que más de un año después del inicio de la pandemia, poco a poco, las cosas vuelven a la normalidad, aunque todavía queda camino por recorrer.
La cotidianidad universitaria no es una excepción. Clases semipresenciales, seminarios que suponían para muchos la primera toma de contacto con profesionales de su sector reducidos ahora a sesiones virtuales donde ese contacto es más complicado y, sobre todo, la necesidad imperiosa de contar con una mínima tecnología para seguir las clases online. Una anómala situación para todos los universitarios que, en el caso los estudiantes con discapacidad, plantea un escenario con ventajas y obstáculos imprevistos.
Toda la comunidad universitaria afronta desde hace un año el reto de cumplir con los protocolos covid-19 sin interrumpir la actividad lectiva. Un desafío ante el que el 54,1% de los estudiantes con discapacidad considera que la universidad se ha adaptado bien. Cerca del 80% ha podido seguir con sus actividades académicas, mientras que las redes sociales y otras tecnologías digitales han facilitado seguir comunicándose con compañeros y docentes.
“Esta experiencia nos hace ver el futuro en clave de oportunidad. No confrontar lo presencial frente a la enseñanza en remoto, sino con extraer lo mejor de cada una para plantear un tercer escenario inclusivo y accesible”, señala la directora de la Fundación Universia, Sonia Viñas.
Pero también hay sombras. El 21% de estos alumnos tiene dificultades para seguir las clases desde casa, el 24% se queja de la falta de recursos tecnológicos y dispositivos digitales y casi uno de cada cinco (el 17%) señala escollos para realizar los exámenes. A algunos esa soledad forzada les ha llegado a generar ansiedad. Son algunas de las conclusiones del V Estudio ‘Universidad y Discapacidad’, que aborda el grado de inclusión actual de las personas con discapacidad en el sistema universitario español.
Este informe ha sido realizado por la Fundación Universia, que cuenta con el apoyo de Banco Santander para el desarrollo de sus actividades, y la colaboración de Fundación ONCE, Crue Universidades Españolas, el Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (CERMI) y el Real Patronato sobre Discapacidad
En este sentido, Aralar Pérez también reconoce que las clases online han favorecido a aquellas personas con problemas de movilidad. “Si por tu discapacidad te supone un gran esfuerzo desplazarte a diario hasta la facultad, seguir el curso con conexión virtual es una ventaja. Te quita un problema de la cabeza y te permite centrarte en lo tuyo, que son los estudios”, declara este estudiante.
Contar con un calendario lectivo presencial no solo aporta un valor académico. Asienta las bases del networking, fundamental para empezar a tejer esa red social que el día de mañana serán contactos profesionales. Buena parte de esa red se conforma en los corrillos entre clases, las acciones extracurriculares o los eventos deportivos universitarios. Incluso antes de la pandemia, la discapacidad ya marcaba distancias en este aspecto.
Uno de cada tres estudiantes con discapacidad se siente aislado de sus compañeros, el 16% cree que los tratan diferente y el 35% encuentra difícil hacer amistades. “Relacionarte más o menos depende mucho de tu personalidad y el empeño que pongas en relacionarte. Quienes nunca han tenido cerca a una persona con discapacidad se cortan a la hora de hablar contigo, no saben si un comentario te va a ofender o si una broma te va a sentar mal. En esos casos mi tarea es quitarle hierro. Al cabo de unos días, ya eres uno más”, confiesa Pérez.
En este último año esos foros espontáneos se han trasladado a los grupos de Whatsapp y las videoconferencias. No se ha perdido todo el contacto, pero la frialdad tecnológica marca inevitables distancias cuando lo que interesa para la inclusión es, precisamente, acortarlas.
La enseñanza a distancia marca un paréntesis, que no una solución, a un problema que aún preocupa al alumnado con discapacidad: la discriminación que un 20,7% reconoce haber encontrado durante su etapa universitaria. “En un 38,2% son faltas de respeto, poca atención a sus necesidades o mala actitud del profesorado, mientras que en un 37,9 % hablamos de problemas de accesibilidad (barreras arquitectónicas, exámenes no adaptados o falta de adaptación curricular)”, declara Paloma de Andrés, responsable de Proyectos Globales y Comunidades de Fundación Universia.
Cuando el final de la pandemia se atisba como algo próximo, es hora de poner sobre la mesa cómo transformar la universidad en un motor plenamente inclusivo. “La inclusión universitaria necesita de un revulsivo y la nueva Ley de Universidades (LOSU) debe ser esa palanca”, señala el presidente del Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (CERMI), Luis Cayo Pérez Bueno.