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Un policía desvela la «otra cara» de la violencia de género

ABC.- Botias, que reconoce abiertamente que es feminista, acaba de publicar un libro sobre casos reales que ha presenciado en la Unidad de Familia y Mujer de Málaga

Cualquiera puede recuperarse tras ser maltratada. Así lo afirma Álvaro Botias, inspector de Policía Nacional especialista en Familia y Mujer, quien acaba de publicar «La lucha contra la violencia de género», relatos contados desde su propia experiencia. Optimismo y esperanza es lo que los lectores encontrarán en este ejemplar, donde se narran los casos de «seis valientes que decidieron enfrentarse de cara a sus maltratadores y vencieron», subraya el autor. Ejemplos reales de que se puede salir de esta espiral de vejaciones y castigo.

¿Qué encontrarán los lectores en este libro?

Van a encontrar finales felices. Con seis valientes que decidieron enfrentarse de cara a sus maltratadores y vencieron. Se van a encontrar ejemplos reales de que se puede salir de la violencia de género. Además, cada relato lo acompaño de una reflexión que pretende concienciar y educar. Hablo de la detección de los signos del maltrato, de la importancia de la coordinación entre instituciones, de la Orden de Protección, de la figura del Policía protector, de la educación y su papel preventivo… Con todo esto pretendo acercar la Policía Nacional a la ciudadanía y dar herramientas para combatir el problema.

¿Hay un perfil de víctima? ¿Y de agresor?

Un no rotundo. De hecho, uno de los objetivos que me propuse con el libro fue ese: demostrar que el machismo no es selectivo. Los perfiles que he elegido son muy distintos: una mujer que supera los 60, una adolescente, una joven deportista, una señora de 40 divorciada que sufre acoso… Además, el nivel socio-económico y cultural tampoco coincide. Con esto quería transmitir que la violencia de género puede sufrirla cualquier mujer.

Los maltratadores, ¿son cobardes?

No podría responder afirmativamente. Algunos lo serán; otros, no. No existe un perfil de maltratador constante. Sin embargo, puedo afirmar que en el trato que he tenido con ellos, durante estos años en la Unidad de Familia y Mujer (UFAM), he detectado como un rasgo común -que no habitual-, la cobardía y la sumisión. En casa, con ella, se siente seguros. Una vez salen de su entorno y se dan cuenta de que se han de enfrentar a la Justicia, se «vienen abajo». Insisto, es una apreciación personal en algunos casos, pero para nada se puede extender a la totalidad de los maltratadores.

En el libro habla del «Manual de buenas prácticas del maltratador»…

Es un concepto que yo mismo he acuñado y que, por supuesto, en realidad no existe -en papel, claro está-. Se trata de una manera de describir el ciclo de la violencia de género: la relación discriminatoria se construye a conciencia; se siguen una serie de pasos que suelen ser coincidentes en la mayoría de los procesos de maltrato. El control versará sobre ella y su entorno. Él se ocupará de aislarla para tenerla a su merced y dificultarle pedir ayuda.

¿Por qué se hace hincapié en que los inicios de estas relaciones suelen ser de película?

Te pongo un ejemplo para mejor comprensión: imagínate que acudes a una primera cita con un chico que te llama la atención. Os sentáis en una terraza a tomar café y a conoceros. Sin venir a cuento, en mitad de la conversación, te planta un guantazo en la cara que te deja aturdida. ¿Cómo reaccionas? Estoy convencido de que te levantas y te marchas.

El maltrato, lejos de asimilarse al supuesto recién planteado, en el que la mayoría de las mujeres optaría por irse; es mucho más complejo. Al principio, el maltratador ha de construir una base de desigualdad sólida. Para ello, durante los primeros meses o incluso el año -cada relación es diferente-, se mostrará encantador. Ha de enamorar a su víctima, conseguir que dependa de él en todos los aspectos -sobre todo el social y el emocional-. Esto supondrá que el inicio del noviazgo sea, por regla general, un cuento de hadas.

Una vez se constituye el desequilibrio de poderes, el varón pasará a la acción. La violencia empleada suele ir en escalada: empezará con pequeños desprecios, para de ahí dar el salto al insulto. Del insulto podría evolucionar a la violencia en los objetos, por ejemplo. De hecho, desde que una vez oyera decirlo, defiendo al 100% la tesis que apunta a que la agresión física es un fallo en el modus operandi del maltratador. La explicación a esto es bien sencilla: no desea ser descubierto; su mayor temor es perderla a ella.

En definitiva, hay que tener los ojos y los oídos bien abiertos para detectar a estos agresores. No es oro todo lo que reluce y, en la mayoría de los casos, nos encontramos ante expertos manipuladores. Una detección a tiempo es fundamental.

El entorno de la víctima, ¿debe denunciar? Y, en caso de hacerlo, ¿se le cree?

A lo largo de la obra pongo continuamente el acento en la importancia del apoyo externo. Es fundamental que la ayuda llegue desde fuera. En cuanto al «deber» de denunciar, puedo afirmar que la vía penal es una salida más. Ni es la única, ni en algunos casos tiene por qué ser la más efectiva. Dicho esto, yo como Policía he de defenderla, sobre todo si buscamos la protección de las mujeres. Si algún familiar o amiga denuncia, el Grupo especializado investigaría los hechos e intentaría llegar hasta la víctima. ¿Qué si los creemos? Por supuesto.

¿La complejidad para ver que hay maltrato reside en los procesos lentos que se llevan a cabo? En su sutileza…

Así es. Por desgracia la violencia más común es la de carácter psíquico o psicológico. Las mujeres que sufren el machismo tienen muy complicado reaccionar sin apoyo externo. Existen sentimientos de culpa, dependencia emocional, aislamiento social; entre otros factores que impedirán a la víctima dar la voz de alarma. Si ya entramos en jóvenes y adolescentes, nos encontramos con una normalización de este tipo de agresiones, por desgracia, muy extendida. Creen que no es para tanto, en definitiva.

Asimismo, desde fuera, la detección tampoco se hace sencilla. Un rasgo habitual es la personalidad del maltratador es su habilidad en las relaciones sociales. Se suelen mostrar amables, cercanos. De esta forma el entorno de la víctima caerá en el error de estar ante una persona magnífica. Son unos mentirosos de campeonato.

El sentimiento de la víctima con el «lo siento, es mi culpa», ¿es habitual?

Muy habitual. Nosotros lo experimentamos en el acto de la denuncia: hay dudas, hay culpa, incluso puede llegar a querer no seguir con la declaración. Estos momentos son claves. El o la Policía que atiende a la mujer ha de mostrarse cercano, empático y en ningún caso juzgarla. Ella tiene que sentirse escuchada y atendida. A partir de este instante, será necesario acompañar el proceso penal de una intervención psicológica paralela. Necesitan la ayuda de especialistas para recuperarse.

¿Ha llegado a implicarse personalmente en algún caso?

La premisa con la que trabajamos reza: no te lleves el trabajo a casa. Es decir, no dejes que afecte a tu plano emocional. Del dicho al hecho hay un trecho. Sobre todo si te toca lidiar con asuntos de violencia de género. Siempre digo que quien goza de un mínimo de empatía y compromiso en torno a esta lacra social, no tiene en su mano el evitar que los casos con los que trata le afecten. A mí, me afectan. En los seis que he adaptado en la obra me impliqué más de lo que hubiera deseado.

¿Qué le dice su entorno cuando afirma, sin apuros, que es feminista?

Si te soy sincero, me ha sorprendido gratamente la reacción. Me suelen apoyar. En algunos casos, incluso me preguntan por lo que implica identificarse como tal. Les respondo encantado e intento que se unan a esta justa lucha por la igualdad real entre hombres y mujeres.

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