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Una espectacular exposición en el Museo del Prado muestra la España más antisemita

El Confidencial.- Fueron repudiados, maltratados, quemados en la hoguera y finalmente desterrados. Uno de los más feos capítulos de la Historia de España fue la expulsión de los judíos en 1492 y, obviamente, como suceden con estas cosas, no ocurrió de un día para otro. Durante los dos últimos siglos, principalmente desde el XIII, fue creciendo el sentimiento antijudaico para convertirse después en antisemita – la pureza de sangre- con la creación de la Inquisición en 1478 que persiguió vilmente a los judíos, incluso a los conversos. Por supuesto, en una población prácticamente analfabeta, las imágenes que mancillaban, criticaban y se burlaban de los judíos fueron fundamentales. Era la propaganda que los grandes manipuladores autoritarios siempre han sabido utilizar muy bien. Hay buenos y terribles ejemplos en el siglo XX y ahora con las redes sociales.

Pero mucho antes de todo esto estaban los retablos de la iglesias góticas, los manuscritos con las miniaturas, las caricaturas y los sambenitos. Pinturas elaboradas por grandes maestros como Pedro Berruguete, Bartolomé Bermejo, Fernando Gallego o Bernat Martorell que trabajaron para el régimen cristiano e inquisidores (políticos) como Pedro de Arbués y Tomás de Torquemada. Ahora muchas de ellas junto a esculturas, miniaturas, grabados, orfebrerías, dibujos, hasta 71 piezas traídas de diferentes museos como el Museo Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) -donde se verá después- parroquias, bibliotecas y archivos particulares, se pueden ver en la espectacular exposición ‘El espejo perdido. Judíos y conversos en la España medieval’ del Museo del Prado hasta el 14 de enero de 2024. Es, sin duda, una de las muestras del año.

Por varias razones. Una de ellas es la temática, que es muy poco frecuente. La muestra refleja cómo los cristianos veían a los judíos entre 1285 y 1492, es decir, como señala el comisario Joan Molina, jefe del departamento de pintura gótica de la pinacoteca, cómo poco a poco se fue construyendo la alteridad. Porque antes de que empezaran los odios había una conexión y una convivencia. Judíos, cristianos y musulmanes convivieron… hasta que dejó de interesar.

“La idea se me ocurrió paseando por las salas de pintura gótica al ver el Auto de Fe, de Pedro Berruguete. Es una obra que encargó Torquemada y obviamente es una obra de propaganda de la Inquisición. Ese fue el punto de partida para reflexionar sobre cómo los cristianos veían a los judíos desde finales del siglo XIII hasta 1492”, comentaba esta mañana Molina durante la presentación de la muestra. Políticamente son dos siglos en los que ocurren hechos muy relevantes contra los judíos, numerosas leyes que van coartando sus libertades (y no solo las religiosas) siendo los progromos de 1391, que se dieron de Sevilla a Barcelona, los más trágicos. Cientos de juderías fueron arrasadas, como las de Córdoba y Toledo. A partir de ahí muchos se convirtieron ya que la alternativa no era muy halagüeña. Sin embargo, los cristianos no se quedaron muy contentos y también empezaron a sospechar de los conversos, muchas veces por cualquier nimiedad. De ahí a la expulsión solo había un paso que acabó llegando.

Y todo eso se ve en las imágenes de la exposición, otro motivo fundamental para verla. “Son retratos nada asépticos”, apostillaba Molina insistiendo también en que no es una exposición sobre Sefarad, es decir, sobre la España judía, sino sobre cómo les veía el que no quería que estuvieran aquí. Para ello, aunque no es una muestra muy grande, han querido hacer una panorámica completa estructurándola en cinco partes que comienza cuando todavía todo estaba bien. Un ejemplo muy bonito es el manuscrito Golden Haggadah, prestado por la British Library y que se elaboró en Barcelona. Es la narración que se lee durante la Pascua judía y fue concebido por cristianos para las élites judías demostrando que las “fronteras entre las comunidades eran porosas”, comenta Molina.

«El antijudaísmo se va haciendo cada vez más evidente. Desde el siglo XIII es ya una realidad y a partir del XIV es constante»

Sin embargo, poco a poco, a través de pinturas que empiezan a mostrar a los judíos como “los malvados” que profanan la hostia sagrada en la Eucaristía y que estaban en los retablos de muchas parroquias a las que todo el pueblo acudía; o incluso caricaturas que les retratan como diablos, la relación se va haciendo más complicada. “El antijudaísmo se va haciendo cada vez más evidente. Desde el siglo XIII es ya una realidad y a partir del XIV es constante”, sostiene Molina. Hay cuadros en los que aparecen con caras desfiguradas gritando y escupiendo a Jesucristo como el Ecce Homo de Alonso de Sedano (1495-96); otros en los que el judío roba un icono de Constantinopla, lo tira a un retrete, es castigado y se acaba convirtiendo al cristianismo. Hay que insistir en que la mayoría de la población se informaba y aprendía a través de estas imágenes porque no sabía leer.

Las sospechas por todo

Con la gran conversión de 1391 no acabaron las penurias de los judíos. Al contrario, del antijudaísmo se fue pasando paulatinamente al antisemitismo porque se empezaría a mirar con suspicacia el tema de la sangre. De ahí se llegaría a la creación de la Inquisición, que significó la victoria de la línea dura de toda esta corriente y con la cual las actitudes sospechosas se multiplicaron (cualquier cosa era ya de mal cristiano).

Con estos primeros recelos hacia los conversos aparecieron pinturas encargadas por ellos para certificar que eran buenos cristianos y también otras en las que se ve a santos de la iglesia evangelizando a estos nuevos cristianos. Esa era la senda que había que seguir. Dos ejemplos son la escultura Cristo de la cepa, de 1400, que es una figurita que se encontró un viticultor judío en Valladolid que le sirvió para mostrar su conversión al cristianismo; o el crucificado que encargó el fraile dominico Alonso de Burgos para mandárselo a Torquemada y demostrar, una vez más, que su conversión era de las buenas.

No obstante, dentro de la Corte y la Iglesia también había quien no seguía los dictados más radicales y se mostraba más conciliador, ya que muchos de ellos ya eran de los convertidos. Y algunos todavía creían que era posible la reconciliación entre las diferentes comunidades religiosas. Esta línea suele existir siempre también. En ese lado estaba Alonso de Cartagena, un obispo converso que defendió la tolerancia que aparece en retablos como La fuente de Gracia, elaborado en el Taller de Van Eyck entre 1430 y 1440, y que estuvo presente en la corte de Juan II y su hijo el príncipe Enrique (padre y hermano de Isabel La Católica, que estaba en el otro bando).

Pero esta era una posición muy frágil y todo acabó saltando por los aires a mediados del XIV con el Estatuto de Toledo (1449) donde se establece que los conversos eran impuros. Sin más porque lo que contaba era la sangre. Ya podías cambiar de rito que daba igual. No te salvaba ni el Bautismo. Se crea la Inquisición en 1478 y en todos los reinos de los Reyes Católicos se persigue la uniformidad religiosa. Todo lo que quedaba fuera eran herejes que acababan en la hoguera. Ahí es cuando surgen las pinturas propagandísticas de Pedro Berruguete para el convento de Santo Tomás de Ávila -una de las principales sedes de la Inquisición- encargadas por Torquemada, quien se convierte en uno de los primeros en ver el poder manipulador de la imagen. Ahí es donde se colgó el Auto de Fe que dio origen a la idea de esta exposición.

Torquemada se convierte en uno de los primeros en ver el poder manipulador de la imagen y le encarga pinturas propagandísticas a Berruguete

La última sala desde luego es un puro delirio de los inquisidores. Son muy llamativos los sambenitos, las condenas a muerte de los herejes que se colgaban en los muros de las iglesias para dejar constancia de que era un maldito judío. Hay sambenitos para hombres y mujeres fechados en 1490 que son aterradores. También se cuenta aquí la historia del Niño de la Guardia: sucedió también en 1490 tras el asesinato del inquisidor Pedro de Arbués cuando se acusó a un grupo de judíos de raptar a un niño en Toledo y someterle a las mismas torturas sufridas por Cristo en su Pasión. Poco después fueron juzgados en un auto de Fe en Ávila con gran resonancia. Tanta que dio lugar al cuadro Martirio del Niño de la Guardia en 1590.

“Es una exposición que habla de convivencia, de tolerancia, pero también de intolerancia. Tenemos que mirar a nuestro pasado sin prejuicios. Es una exposición muy rigurosa y atractiva que no rehúye la idea de que las imágenes construyen identidades y alteridades. La exposición habla de nosotros y de los otros”, zanja Molina.

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