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Una puerta abierta a la comunidad romaní

Fuente: El País
Fecha: 23/05/2017

Se columpia con fuerza como para hacer volar una larguísima melena negra que le tapa la cara en el contraviento pero deja entrever su mirada alzada en cada sensación de ingravidez. Adna Fafulic, de 12 años, pasa la mañana en un parque con balancines, un tobogán y otras atracciones. «Jugamos muy a gusto aquí. Está muy bonito», dice con satisfacción en Varda, un barrio de mayoría gitana de la localidad bosnia de Kakanj. Es una experiencia nueva. Donde ahora pasa las horas en un ambiente saneado, hace seis meses se levantaba en un vertedero con 300 toneladas de basura en el que también jugaba, pero sobre el veneno de los residuos. Fafulic no va al colegio, como entre el 35% y el 40% de la población gitana en el país. Y su familia no tiene casa. El 95% de la población gitana está desempleada en Bosnia, según datos de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE).

La chica coge el bolígrafo y es capaz de escribir su nombre con paciencia porque su madre le ha enseñado, dice tímida durante un día especial en su barrio. A ocho familias de entre sus vecinos les entregan las llaves de ocho pisos en un programa público de acción social. Pero a ella no le corresponde ninguna. «La hemos pedido, pero todavía no tenemos», lamenta la chica. Espera la suerte del vecino Jasmin Alimanovic, que solicitó uno de los pisos entregados este día, en el que vivirá con su mujer y dos de sus hijos. Uno de ellos, Anel, de cinco años, tiene un glaucoma e importantes problemas de visión, una de las razones por las que ha prevalecido su acceso a las viviendas, financiadas por la Unión Europea, instituciones locales y colaboración austriaca, alemana y bosnia.

22 años después de que se haya terminado la guerra de Bosnia, el país aún debe gestionar la interculturalidad entre las distintas minorías que conviven. Entre su población, de 3,8 millones de personas, hay un 50% de bosnios, un 31% de serbios, un 15% de croatas, según datos de la CIA, y alrededor de 50.000 (1,3%) es de etnia gitana, informa la Organización de las Naciones Unidas. En concreto, en Varda, el desempleo entre la población gitana alcanza el 99%, según asegura Romic Jobriz, presidente de la Asociación Roma Apcine Kakanj, que añade que en el municipio residen 289 familias gitanas, 2.040 personas. «Está muy bien que nos faciliten casas, pero lo que queremos es trabajar», dice tajante Jobriz, cuya asociación ayuda a gestionar la asignación de viviendas y se esfuerza también en conseguir que el 100% de los menores del barrio vaya al colegio.

Jasmin Alimanovic no es capaz de decir si la población romaní sufre más discriminación que antes de la guerra o no, pero destaca la complicación que le supone encontrar empleo formal. «No lo sé, es que por mucho trabajo que busque nunca hay sitio para mí. Llevo años sin encontrar», asegura en su nuevo y luminoso salón, desde donde recuerda que su padre sí estuvo empleado. «Él trabajó toda su vida en una empresa y ahora es pensionista. Ninguno de mis cuatro hermanos hemos tenido esa oportunidad», plantea como ejemplo de la ausencia de posibilidades de vida que la etnia gitana alcanza en el país. «Por eso yo acepto cualquier trabajo que salga de manera informal, tengo que hacer 50 kilómetros para comprar las gotas y las medicinas del chico», apunta el padre, que aun agradecido por la cesión de la vivienda, asume que también debe de poder pagar las facturas.

«Estas viviendas sociales son exclusivas para población gitana. Los inquilinos han pasado un criterio de selección muy exhaustivo en el que tienen predominancia personas con discapacidad o enfermedad», apunta Muris Misidevic, de la institución Hilfswerk Austria Internacional y coordinador de este proyecto conjunto llamado Roma Action, que consiste en habilitar 140 viviendas en total y realizar medidas socioeconómicas en la zona, como talleres de igualdad, registros de personas y concienciar a los gobernantes sobre la situación de la población gitana. «Los pisos son de propiedad municipal, por lo que sus inquilinos pueden ir cambiando según se considere desde las Administraciones», añade Misidevic sobre este proyecto, -financiado con 2,5 millones de la Unión Europea y 327.000 euros de autoridades locales- que pretende ofrecer soluciones habitacionales a familias gitanas residentes en zonas vulnerables por inundaciones, como en Varda.

«La casa nos permite tener más estabilidad, ahora podremos enfocarnos en darle un tratamiento a nuestro hijo», dice Alimanovic sin separarse ni un momento de Anel, que ataviado con pequeñas y oscurísimas gafas de sol ovaladas, se escapa una y otra vez a tocar las lisas paredes de su nuevo hogar. La familia, que vivirá en un piso con dos habitaciones y un baño, espera este momento desde 2014. Hasta este día, cuentan que vivían sin agua ni electricidad. «Mientras que las familias tienen acceso a agua potable, un pequeño porcentaje de ellos están conectados a la red eléctrica», informan de la OSCE. Ahora la otra hija, Anela, una simpática mellada de nueve años, no para de toquetear encantada los interruptores de la luz y el termo y mover entre los dedos las llaves de su nueva casa. Ella si va al colegio, y cuenta que quiere estudiar medicina para ayudar a personas enfermas como su hermano pequeño.

Está previsto que este proyecto termine este julio, pero todavía quedarán en el barrio personas que sufran sus enfermedades entre el frío indomable de una noche de invierno o el calor sofocante de un mediodía veraniego. Senida Vehabovic, de 40 años, ha nacido en el barrio y está contenta con los últimos cambios. “Me encanta que los niños ya no jueguen más en el vertedero, ahora están más sanos”, cuenta mientras observa el ajetreo de una jornada en la que ella no es protagonista. No hay llaves para Vehabovic ni para su marido, con quien cuenta que comparte habitación junto a tres hijas. “El mayor deseo de mi vida sería tener un lugar en el que vivir”, añade durante la inauguración de las viviendas del proyecto Roma Action durante un viaje sufragado por la Comisión Europea.

Ni media hora tardan las familias con llaves en empezar a llevar enseres desde las infraviviendas hasta su nueva residencia. Un bloque blanco de cinco plantas sin ascensor por el que suben y bajan escaleras y curiosean los vecinos de Varda. Mesas, edredones, colchas, bolsas de ropa… comienzan a desfilar por las puertas del alto edificio, desde donde se otea el asentamiento de infraviviendas. Desde arriba se ven las miradas alzadas de los sin llave. Como Senida Vehabovic, como la inquieta Adna Fafulic en su columpio. Deberán esperar a que futuros programas organizados por el Ayuntamiento y las agencias de derechos humanos promuevan nuevas acciones para solventar los derechos humanos de sus residentes. Erradicar el desempleo y la falta de escolarización será clave para el futuro de la población gitana.

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