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Veinte casos de violencia infantil llegan cada mes a la unidad especial de Vall d’Hebron

La Vanguardia.- Un equipo con pediatra, psicóloga y trabajadora social atiende a niños zarandeados y víctimas de abuso sexual

La unidad de Atención a las Violencias contra Niños y Adolescentes de Vall d’Hebron recibe cada mes entre 15 y 20 casos, 134 desde enero del 2020, a pesar de la covid. Y la cifra está en fase creciente. “Diagnosticamos más”, aclara Anna Fàbregas, la pediatra coordinadora. El objetivo principal es que no haya obstáculos en la defensa de esos pequeños y que reciban tratamiento inmediato.

El equipo está formado por una pediatra –que además atiende en la consulta de endocrino–, una psicóloga y una trabajadora social, todas ellas expertas en violencia. La consulta está llena de juguetes para contrarrestar en lo posible tanta dureza.

Las violencias sexuales son las más abundantes. “Es un tema tabú, aún se mira para otro lado, porque la mayoría ocurren en la propia familia, pero se calcula que es algo que ha sufrido una de cada cinco personas, así que seguro no lo estamos viendo en su verdadera dimensión”, apunta Fàbregas.

Tocamientos de alguien cercano que te amenaza si no callas es quizá lo más frecuente. “La mayoría lleva más de un año sufriéndolo cuando llega aquí”. A menudo también es algo que sale a la luz en la adolescencia, cuando la niña empieza a tener su propia vida sexual y decide explicarlo a alguien. Entonces el daño tiene mucho más poso. “Pero siempre se puede tratar; cuanto antes empecemos, mejor”.

A las niñas, entre los 7 y 8 años, les suele atacar alguien de casa o de la familia próxima. A los niños, más tarde, a los 10-12 años, les agreden más en el colegio, en colonias, en el entorno deportivo.

También reciben violencia los bebés. Suelen ser víctimas de zarandeos, porque lloran o molestan. “En los últimos 10 años hemos tenido 27 casos de bebés zarandeados: el 25% muere por las lesiones tan graves que provoca esa acción”, explica la pediatra. “Necesitamos prevenir. Estamos formando a pediatras de primaria y en el hospital para que los padres se preparen para el normal llanto del bebé y entiendan el peligro de ese zarandeo”.

La semana pasado llegaron cinco pequeños, tres de ellos acompañados de sus profesores. Fue en la escuela donde vieron sus moratones, largas señales oscuras en la espalda, con forma de cinturón, “hematomas imposible de hacerse ellos mismos”. A veces, además de hematomas aparecen fracturas por tracción: un brazo retorcido.

También observan niños desnutridos o muy obesos por mala alimentación, niños que no toman la medicación para la infección de oído porque nadie se la da, o que van sucios a clase porque se hicieron pis anoche y nadie les lavó y les dio ropa limpia. Víctimas de la negligencia, un variado listín de daños.

“O niños a los que padres con problemas de salud mental nunca han sonreído y están permanentemente alertas, sin fiarse de nadie. Esa tensión les convertirá en adultos con muchos más problemas cardiacos, más diabetes, mucha más depresión”, explica Anna Fàbregas. Corre prisa tratarles en el sentido más amplio.

También tienen pacientes testigos de violencia de género que se manifiestan, por ejemplo, con convulsiones inexplicables. “Y a menudo reflejan una trasmisión de violencia entre generaciones. Tantas veces cuando alguna madre está en la consulta acaba contando que a ella le pasó lo mismo…”.

“Se nos escapan muchos casos”, reconoce la coordinadora. “Hay un gran infradiagnóstico, sabemos que vemos la punta del iceberg, pero la unidad ayuda a sensibilizar y asesorar, en urgencias, en las consultas de pediatría y también en la sociedad”.

Para que el tratamiento empiece cuanto antes y pueda mejorar la situación desde el minuto uno, el equipo se nutre de enlaces fijos con profesionales de la dirección de infancia (la Dgaia), el equipo de menores de los mossos y esperan que pronto en los tribunales, para que esos niños y adolescentes no tengan que seguir un desastroso peregrinar de oficina en oficina explicando lo mismo una y otra vez, como si fuera fácil.

En Catalunya ya existen otras dos unidades dedicadas a la violencia contra los niños en Sant Joan de Déu y en Can Ruti. Y hay un proyecto piloto en Tarragona que pone a prueba una modalidad nórdica: una casita donde el niño solo lo cuente una vez y todos los profesionales, desde la pediatra al forense pasando por el juez y la policía, acudan a verle detrás de un cristal mientras un psicólogo experto habla con la víctima.

En la unidad de Vall d’Hebron reciben las tres expertas –médica, social y psicológica– a la vez y si hay que hacer una prueba ginecológica o de cualquier tipo, todo se hace allí. También allí empieza el tratamiento psicológico de ese pequeño. “Evitamos el peregrinaje, que el alivio y la solución llegue lo antes posible. Pero tropezamos con la falta de recursos sociales. Los afectados necesitan una casa inmediatamente, una ayuda económica a la que asirse. Oímos tantas veces ‘no pudo hacer otra cosa que seguir allí, no tengo dónde ir’”.

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