Victoria Kent, Gabriela Mistral y Victoria Ocampo: pioneras del feminismo… y de lo ‘queer’
El Mundo.- Ni la Guerra Civil, ni los nazis ni el franquismo pudieron con la amistad entre Victoria Kent, Gabriela Mistral y Victoria Ocampo, que se escribieron durante cinco décadas. Ahora se publican sus cartas.
Victoria Ocampo, Gabriela Mistral y Victoria Kent fueron confidentes y se cartearon incluso antes de conocerse en persona, movidas por la admiración mutua. Las misivas se reúnen en Preciadas cartas (1932-1979) (Renacimiento), en un volumen editado por Elizabeth Horan, Carmen de Urioste Azcorra y Cynthia M. Tompkins que se lee como la amistad de cinco décadas entre tres mujeres excepcionales y un ejemplo de que lo personal y lo político son inseparables.
¿Qué tenían en común Kent, Ocampo y Mistral? No compartían orígenes, educación, estatus económico, ni siquiera ocupación, aunque las tres escribían. Eran decididamente feministas, de izquierdas, las tres tuvieron apasionadas vidas íntimas que no se ajustaban al canon de la época y cuando se conocieron ya habían decidido rechazar el rol de obediente esposa-madre que la sociedad les deparaba. Las tres se preocuparon por el bienestar de los huérfanos de la Guerra Civil y los refugiados en el exilio. Todas tuvieron contacto en algún momento con la directora de la Residencia de Señoritas María de Maeztu (todo un carácter por lo que se desprende de las cartas), quien orquestó el encuentro entre Ocampo y Mistral.
Mistral, a la que el Nobel de Literatura pilló por sorpresa en Brasil, es la más literaria de las tres. «Me lava mucho el alma costruda volver a la poesía. No es verdad que una la haga, ella es quien manipula al pobre poeta», escribe. Kent y Ocampo son más directas en sus misivas, puede que porque se sentían más cómodas en el papel de editoras. La española escribió Cuatro años en París, una novela inspirada en la etapa que vivió bajo una identidad falsa durante la ocupación nazi para no ser detectada por la Gestapo, pero la obra donde más años y esfuerzo invirtió fue Ibérica, la revista antifranquista editada en Nueva York que se publicó entre 1953 y 1974 y que sufragaba su pareja, la filántropa Louise Crane (ex, por cierto, de Elizabeth Bishop). Ocampo también volcó su tiempo y dinero en Sur, una revista (y editorial, allí se publicó la novela de Kent) en la que escribió toda la intelectualidad de la época, de Borges a Bioy Casares pasando por Ortega y Gasset, García Márquez, Lorca y Neruda.
De las tres, la que quizá resulte más familiar para el lector español es Victoria Kent. Heredera de Concepción Arenal en su preocupación por el pésimo estado de las cárceles españolas y tristemente recordada por negarse al sufragio femenino (pensaba que las españolas no estaban suficientemente educadas para votar en 1931), fue la primera abogada española y diputada por el Partido Republicano. En el exilio coincidió con Mistral en México y desde los 50 vivió en un entorno sofisticado en Nueva York.
La vida de Mistral es la más atribulada de las tres, que ya es decir, y eso se refleja en las cartas, a las que dedicaba varias horas al día. Está el desliz diplomático que la apartó fulminantemente del consulado madrileño, el hijo al que tardó años en reconocer (al que apoda cariñosamente Yin Yin en las cartas y que acabaría suicidándose por acoso escolar en Petrópolis), su infatigable nomadismo entre Europa y América Latina y su relación con Doris Dana, de familia aristocrática neoyorquina, igual que Louise Crane.
A las poderosas Crane, madre e hija (la madre fue cofundadora del MoMA), Ocampo las había conocido mucho antes, en los 30. Así le comenta Mistral a Ocampo el noviazgo entre Kent y la rica heredera: «Por ahí nuestra Vict. Kent se ha hallado una joya de niña que la aloja y la alimenta con una nobleza grande, porque ella seguramente ya ha gastado sus ahorros». Los contactos de las Crane sirvieron para que, años después, Ocampo fuera liberada tras ser encarcelada por el peronismo.
La correspondencia está marcada por las guerras, la política y el exilio. Ocampo y Mistral sabían que durante la ocupación Kent estaba escondida de los nazis y la correspondencia se interrumpe esos años. Del mismo modo, Mistral se abstuvo de contactar con Kent el primer año de Guerra Civil porque sabía que su correo estaba bajo vigilancia. Durante los cuatro años que los submarinos alemanes patrullaron el Atlántico, la correspondencia se paralizó. Más anécdotas de película de espías: Ocampo recogió el manuscrito de Cuatro días en París de Kent en Nueva York antes de zarpar hacia Europa y es muy probable que lo llevara consigo cuando asistió a los juicios de Nüremberg. Las cartas eran muy importantes: Kent las empacó las tres veces que se mudó.
Más allá de lo político, lo íntimo se cuela en las cartas. Los achaques de salud de Mistral (una diabetes que le causó semiceguera, problemas de riñones y recurrentes gripes) son una constante. La chilena es la menos formal y más espontánea: lo mismo comparte con Kent un sueño que ha tenido con Manuel Azaña que los violentos anónimos que recibió durante un tiempo, que la dejaron tocada.
Preciadas cartas también es, tal y como apunta el prólogo, un documento importante en la historia LGTB «para entender la manera en que el género y las identidades sociales se entretejieron» durante la Guerra Civil y el franquismo. Tanto Mistral como Kent construyeron ámbitos que hoy llamaríamos queer en el Madrid de la Segunda República y el Nueva York de los 50, 60 y 70. El ansia de libertad se respira en las cartas, como cuando Mistral le escribe a Ocampo: «Escribe lo tuyo; suéltate, no pulas demasiado, atrévete a ser criolla. Olvida la cultura, que es una mala palabra. Tírala y escribe con olvido de lo que sabes y que es extraño en tu sangre». Físicamente coincidieron pocas veces. La última, cuando a Mistral le diagnosticaron cáncer de páncreas. La última frase que Mistral le dijo a Kent fue: «¿Qué hay de aquel país? La miseria es grande». La última música que quiso oír fue la canción Sefardita española.