Violencia durante el confinamiento: “Mi padre me pega y me toca, me siento atrapada”
El País.- La fundación Anar detecta más de 863 casos graves de menores que han pedido ayuda durante el estado de alarma, casi la mitad de ellos por violencia
Ya son más de 50 días encerrados. Día y noche en casa, en familia. Pero en ese entorno supuestamente seguro, la Fundación Anar ha atendido desde el pasado 23 de marzo a 1.441 niños y adolescentes que necesitaban ayuda. Las psicólogas detectaron 863 casos graves: casi la mitad de ellos, por violencia padecida por los menores. Más de 400 críos se han conectado en este tiempo al chat de la organización para solicitar auxilio. No en todos los casos el foco está dentro del hogar, aunque estos son especialmente preocupantes. Sara se armó de valor y contó que su padre la insulta, que ella le dice que pare pero él no hace caso. Su nombre es ficticio, para protegerla y salvaguardar su intimidad. Pero su relato no lo es. “Me pega y me toca mis partes íntimas”, decía la niña, de apenas 11 años, a Anar. “Me siento atrapada”.
El confinamiento multiplica la vulnerabilidad de los menores que sufren violencia en el hogar. Ya no van al colegio, donde los profesores pueden detectar lo que ocurre. Ni se relacionan con amigos. Están solos con su familia. Si normalmente es difícil saber lo que pasa de puertas adentro, ahora aún más. Anar, que ha gestionado un servicio de chat a través de su web para asesorar a los menores de forma segura —ya está habilitado 24 horas, igual que su línea telefónica—, se ha puesto en contacto con los servicios de emergencia en 117 ocasiones durante este tiempo. Casi tres veces al día. Este es el último paso que dan las psicólogas, cuando nadie en su entorno puede protegerlos, cuando la actuación es urgente.
Los expertos echan en falta medidas dirigidas específicamente a los menores que sufren violencia durante el confinamiento. Fuentes de la vicepresidencia de Derechos Sociales apuntan que en este tiempo han declarado esenciales los servicios sociales y que esta crisis ha puesto de manifiesto la necesidad de aprobar la ley de protección de la infancia y la adolescencia frente a la violencia, algo que califican como “una prioridad”. Su tramitación se vio interrumpida durante el estado de alarma y, dicen estas fuentes, esperan retomarla “lo antes posible”.
Esta es también una de las grandes reclamaciones de las organizaciones de infancia. “Si hubiera estado en marcha, habría más mecanismos con los que actuar», sostiene Ballesteros, de la fundación Anar. “Es urgente”, añade Del Moral, quien reclama mecanismos de denuncia adaptados a la infancia. “Que además de los teléfonos, tengan vías para denunciar ante la policía por Internet y que se anuncien en medios que les sean accesibles, algo que ahora no pueden hacer”, afirma. «Nos preocupa la situación de los niños que ya experimentaban violencia antes del confinamiento; de la violencia a través de Internet… ya hemos visto el aumento de consumo de pornografía infantil durante este tiempo y de la violencia que puede estar surgiendo ahora, con mayor estrés en las casas debido al encierro”, continúa.
Aumento de la tensión
Ballesteros coincide. “Al principio del confinamiento, los casos de violencia que nos llegaban eran un 36% del total. El día 3 de mayo estábamos en un 47,7%”, explica. Según la percepción del equipo de psicólogas de la fundación, entre las causas puede estar la frustración que produce el encierro, la incertidumbre económica en los hogares, la convivencia en espacios reducidos, el abuso de alcohol entre los progenitores y el aumento de la tensión en los hogares. La mayoría de las peticiones que reciben son de adolescentes. “Pero contactan con nosotros niños de incluso nueve años. Y adultos preocupados por los más pequeños”, cuenta.
Anar han percibido un aumento de las ideas suicidas e intentos de suicidios. Eran el 1,9% de los casos de violencia en 2018. Ahora son el 8,3%. “Detectamos muchísima desesperación”, dice Ballesteros. Laura, de 14 años, siente que su familia estaría mejor sin ella. Sandra, de la misma edad, casi no come. “No me gusta la imagen que veo en el espejo”, dice. “Tengo pensamientos suicidas todo el rato, hablando francamente”. «Un día pensé que el problema está en mí y decidí tirarme por la ventana, pero al pisar el tejado, pensé que si diera un paso más me moriría”, explicaba Daniel, de 17.
También atienden a menores que presencian violencia machista o a adolescentes que la sufren. Carolina tiene 17 años. “Estos días me he quedado a vivir con él, me pega y me insulta y está todo el día encima de mí, estoy obligada a hacerle caso… Me ha ahogado, me ha dado patadas y me ha pegado, lo normal…”, contaba. Las psicólogas tratan de combatir esa imagen de normalidad que tienen los críos. El primer paso, cuando la familia no es el foco del problema, es acudir a su entorno: muchas veces los padres no saben lo que les ocurre a sus hijos. Les animan a pedir ayuda. El segundo, informarles sobre la red de recursos públicos a los que pueden acudir para solicitar auxilio, “más de 15.000” en todo el territorio, según Ballesteros. El último paso, en las situaciones más extremas, recurrir a las autoridades.