Yihadistas y ultraderechistas aprovechan la pandemia para incrementar sus seguidores

La Vanguardia.- António Guterres, secretario general de la ONU, advirtió de “un tsunami de odio y xenofobia”

La pandemia ha dado trabajo a los expertos en terrorismo en las últimas semanas y meses. Una enorme profusión de propaganda y de mensajes extremistas en plataformas y canales digitales, tanto en los encriptados como en los más populares y de uso común, ha estado ganando, a cuenta de la Covid-19, nuevos adeptos para la extrema derecha más violenta y para el yihadismo, con llamamientos a socavar el orden –o el desorden– mundial y facilitar su destrucción para que emerja uno nuevo .

No hay ningún misterio en el pensamiento de los apologetas del cuanto peor, mejor. Para los de extrema derecha, detrás del coronavirus están los chinos en una nueva encarnación multiplicada de Fu Manchú, o el no menos diabólico judío George Soros, o una élite mundial que consume adrenocromo, la carísima droga de moda que se extrae de la sangre de niños torturados… en Wuhan. Todo es una conspiración. Pero se trata, para ellos, de aprovechar la oportunidad de acelerar la decadencia del sistema.

Para los yihadistas, el virus es un “soldado”, ha sido enviado por Dios para castigar a sus enemigos, que tanto son los occidentales como los apóstatas chiíes, y si afecta a los buenos musulmanes será porque no toman las debidas precauciones (que los propios yihadistas recomiendan a partir de las de la Organización Mundial de la Salud). Así han sido los razonamientos de los ideólogos de unos y otros, en general bastante pedestres mas no por ello menos inquietantes.

Si las interpretaciones del virus son diversas, las propuestas de actuación se parecen: si uno es positivo de Covid-19, lo mejor que puede hacer es tejerse un aura de mártir (de la causa que sea) y toserle a la gente a la cara, especialmente a la policía. Se supo de la detención, el 16 de abril, de dos individuos en Túnez por un supuesto intento.
Mucho más preocupante ha sido la propuesta, también común, de atacar hospitales. Fue el caso del supremacista abatido a tiros el 27 de marzo por el FBI cuando pretendía hacer volar un hospital en Misuri. Semejante crimen no detiene a nadie, como demostró Estado Islámico al asesinar a tiros a 16 parturientas, dos bebés y seis empleados de una maternidad en Kabul el 14 de mayo. Las víctimas pertenecían a la minoría hazara de Afganistán, de confesión chií.
Investigadores particulares y centros de análisis como el ICG de Bruselas, el CSIS de Washington o el ISD de Londres, o la Comisión Europea y la ONU han llegado a las mismas conclusiones sobre el incremento de la propaganda extremista y sus amenazas. Así, por ejemplo, en un breve documento enviado el 14 de mayo por el coordinador antiterrorista de la Comisión Europea, Gilles de Kerchove, a todas las delegaciones de los estados miembros de la UE se señalaba el peligro de que extremistas de derecha y yihadistas atacaran hospitales, y se llamaba a “evitar que la actual crisis sanitaria y económica derive en una crisis de seguridad”.

Teóricos europeos y norteamericanos coinciden en considerar la amenaza de la ultraderecha (con sus características a uno y otro lado del Atlántico) como la más evidente, ya que ha ido creando un caldo de cultivo al apuntar como responsables del virus a inmigrantes, musulmanes y judíos. Según el Institute for Strategic Dialogue (ISD), de Londres, los seguidores de canales supremacistas en Telegram aumentaron exponencialmente, y uno en concreto dedicado a la Covid-19 registró un incremento de usuarios del 800% a primeros de abril.

La audiencia de los canales yihadistas también ha crecido con la pandemia, a un nivel similar al que se registró tras los atentados de París, Bruselas o Niza, ha observado el investigador sueco Michael Krona. En noviembre del 2019, Europol liquidó miles de cuentas en Telegram del entorno de apoyo del Estado Islámico (EI), que tuvo que migrar a otros canales, pero ahora ha vuelto a esa plataforma, y con fuerza.

“Cada mañana entro –en las redes– y empiezo a seguir cinco o diez nuevos canales y grupos. Ahora hay 300 o 400 en diversas plataformas”, escribía hace unos días Michael Krona, experto en el yihadismo en internet y coautor con Rosemary Pennington de The Media World of ISIS (2019). Profesor de Comunicación en la Universidad de Mälmo (Suecia), Krona explica que por un lado están los medios oficiales de Estado Islámico (EI) y por otro unas redes de apoyo que “se expanden y se expanden, a pesar de las medidas que se toman para desmantelarlas”.

Aunque reutilizan material audiovisual antiguo –debido a las dificultades que tienen los supervivientes de la derrota territorial del EI para generar otros nuevos­–, estas redes de apoyo han ganado sofisticación. La cuestión es hasta qué punto estos activistas fuera de la línea oficial del EI son una amenaza, ya que de ellos pareció partir, por ejemplo, la idea de atacar hospitales. La capacidad del EI para ganar apoyos “se ha extendido poderosamente –responde Krona– debido a la descentralización de plataformas en las que usan muchas más aplicaciones para difundir propaganda, inspirar a otros, radicalizar y reclutar seguidores. Para la comunidad de inteligencia es difícil seguirlos porque cada vez hay más y en más plataformas que antes, así que diría que se trata de una amenaza severa”.

A medida que el EI busca ampliar su geografía, centrándose ahora mismo en varios países africanos y en Asia con el caso específico de Filipinas, “sus seguidores están abriendo sus propios canales y grupos en sus lenguas locales. Aunque el árabe sigue siendo dominante, hay más idiomas en juego y abarcan todas las redes de apoyo. Las noticias oficiales se generan en árabe pero ahora hay más seguidores que las traducen y divulgan”.

Hace dos años, Omar Mohamed, antes conocido como Mosul Eye, el hombre que transmitía al mundo lo que ocurría en la ciudad iraquí ocupada por Estado Islámico, decía a La Vanguardia.com que “esta es la era del califato digital… Pueden atacar en cualquier parte (…) Ahora son más peligrosos”. Lo observado por Michael Krona le da la razón. El nuevo califa, Abu Ibrahim al Hasimi, “es mencionado muy rara vez, tan solo unas cuantas veces y sobre todo cuando se anunció su nombramiento” en octubre pasado, por lo que “yo interpreto que tiene una posición y un aura diferente en comparación con Al Bagdadi. Al Hashimi es el líder de un movimiento global más que de un proyecto de Estado”.

Europa, sin embargo, no parece ser ahora mismo el objetivo prioritario de Estado Islámico sino su expansión por territorios hasta ahora periféricos, como África o Filipinas. Una contabilidad del observatorio estadounidense SITE habla de 80 ataques recientes en nueve países.

En Irak, Estado Islámico ha estado golpeando en los últimos dos meses a las fuerzas de seguridad y a las milicias chiíes en diversos y cruentos ataques. No es algo que tuviera que ver con el virus pero el momento ha sido propicio, al demostrar actividad en plena pandemia. Ésta, en opinión de Rita Katz, directora de SITE, “representa muy buenas oportunidades para el reclutamiento”. Las condiciones en Siria de sus 10.000 excombatientes en las cárceles kurdas y de cerca de 66.000 personas, mujeres y niños, que siguen hacinadas en el campo de Al Hol sin una mínima salubridad y con escasos suministros, son utilizadas estos días por los yihadistas en su propaganda, haciendo llamamientos a liberarlos a todos. Y, por supuesto, Estado Islámico acusa a los estados árabes de ineficiencia en la lucha contra la Covid-19.

El secretario general de la ONU, António Guterres, formuló serias advertencias a finales de abril en un encuentro sobre juventud, paz y seguridad. Recordó que ya antes del coronavirus “uno de cada cinco jóvenes no estaba recibiendo educación ni preparación para trabajar o carecía de un empleo, y uno de cada cuatro está afectado por situaciones de violencia o conflicto” (estos últimos vienen a ser unos 400 millones). La pandemia agravará mucho más esta situación. Los extremistas, dijo, aprovechan los estados de confinamiento, en que los jóvenes pasan más tiempo que nunca conectados a medios electrónicos, para expandir el odio. Un “tsunami de odio y xenofobia”, insistía días después Guterres.

El observatorio The Soufan Center ha apuntado a este respecto que los extremistas tienen también como objetivo a los gamers , que son 1.800 millones de personas en el mundo. A finales de marzo las ventas de videojuegos se incrementaron un 43% en una semana, mientras que en el área poco explorada de los criptojuegos (que se pagan en criptomonedas), su consumo subió casi un 50% ese mes, con unos 400.000 usuarios activos. Aunque en el pasado Al Qaeda había echado mano con habilidad de los videojuegos, ahora parece ser que neonazis y supramacistas blancos son los que están sacando partido de ellos. En algunos juegos electrónicos, por ejemplo, se dispara a las minorías.

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